Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Según los estudios actuales, san Pablo escribió la Primera Carta a los Corintios hacia el año 55. Es decir, unos 20 a 25 años después de la muerte y resurrección de Cristo. En esa carta, de la que hoy hemos escuchado un pasaje de su capítulo 11, san Pablo da testi­monio de que en las iglesias cristianas ya se celebraba el memorial de la cena del Señor. Este es el testimonio más antiguo que tenemos de la celebración de la eucaristía en la Igle­sia, pues los evangelios que narran la última cena se escribieron años después de la carta a los corintios. En su testimonio, san Pablo deja bien claro que la práctica del rito se remonta al mismo Jesús, que es algo mucho más antiguo que él. Dice así: Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado…

La primera frase de san Pablo desconcierta. Yo recibí del Señor. Pero sabemos que san Pablo no participó en esa cena que Jesús tuvo con sus discípulos la noche en que iba a ser entregado. ¿Cómo dice que él lo recibió del Señor? San Pablo, sin duda alguna, en­contró en la Iglesia la práctica de la celebración de la cena del Señor solo cuando se con­virtió a Cristo y recibió el bautismo. Pero junto con la práctica del rito que ya encontró en la Iglesia, recibió también el testimonio de los que eran creyentes antes que él, de que ese rito no lo habían inventado los apóstoles, sino que el primero en realizarlo, precisamente en la noche en que iba a ser entregado, fue Jesús. San Pablo recibió del Señor el mandato de celebrar la santa eucaristía en el sentido de que en la Iglesia había una conciencia clara de que Jesús mismo había mandado a sus discípulos y a los que vendrían después de que realizaran el rito en su memoria. Por eso san Pablo da testimonio de que Jesús, después de pronunciar unas palabras sobre el pan añadió: hagan esto en memoria mía. Y después de pronunciar otras palabras sobre la copa de vino agregó: hagan esto en memoria mía siem­pre que beban de él. Así como san Pablo, también nosotros debemos decir que hemos recibido del Señor la misa que celebramos cada día y especialmente los domingos. Esta liturgia, este rito, se remonta a Jesús. No es un invento de los apóstoles o de la Iglesia, y por eso mismo, no es un rito que esté al arbitrio de nuestros gustos y preferencias. Lo debemos recibir, celebrar y transmitir con el máximo respeto, integridad y veneración.

Ahora bien, ¿qué fue lo que Jesús hizo la noche en que iba a ser entregado? Consta a través de todos los evangelistas, que Jesús celebró una cena solemne. Según los evange­listas Mateo, Marcos y Lucas se trataba de la cena pascual; según el evangelista Juan se trataba de una cena de despedida ante su muerte inminente que tendría lugar justo antes de la cena de pascua. La muerte de Jesús en la cruz ocurrió durante los preparativos para la celebración de la pascua, mientras se sacrificaban los corderos para la cena pascual (según san Juan) o en el mero día de la pascua (según los otros evangelistas). Esta es una discre­pancia sin solución. En cualquier caso, la muerte de Jesús quedó asociada en la memoria cristiana a la pascua judía, y transformó el significado de la pascua judía. Para nosotros la pascua ya no es memoria del éxodo de Egipto, sino memoria de otra liberación: la pascua cristiana es celebración de la salida del reino de la muerte al de la vida, de la liberación de las tinieblas para llegar a la luz, de la redención de la esclavitud del pecado para alcanzar la libertad de los hijos de Dios.

Jesús realizó dos gestos durante esa cena antes de ser entregado. Uno lo hizo al principio de la cena. Tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. El otro gesto lo realizó al final de la cena. Según el testimonio de san Pablo: Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él”. Bien pronto los cristianos unieron esos dos gestos y los realizaron fuera del contexto de una comida, y simplemente guardaron el recuerdo de que una cena había sido el contexto ori­ginal en que Jesús los instituyó. Hoy nosotros juntamos los dos gestos, como ya lo hace san Pablo, que cuenta la consagración del pan y la del vino una detrás de la otras.

Nosotros creemos que esas palabras no son una metáfora, no se refieren a un sím­bolo, sino que, por ser palabras de Jesús, crean lo que dicen. El pan se convirtió en el cuerpo resucitado de Cristo; el vino, en la sangre de la nueva alianza derramada para el perdón de los pecados. Pero alguien podrá objetar. Está bien creer eso, si es Jesús el que pronuncia las palabras, pero ¿lo debemos creer si quien dice las palabras es un sacerdote u obispo, hombres pecadores? También. Porque en realidad no es el sacerdote o el obispo el que por su poder realice la transformación del pan y del vino. Es la Iglesia, por el poder del Espíritu Santo, a través del sacerdote la que realiza el sacramento. Por eso el rito no está a merced de la creatividad, imaginación, inventiva o gustos del celebrante. Si el sa­cerdote o el obispo no realiza el rito según lo prescribe la Iglesia, no hay garantía de que lo que está realizando, tan imaginativo, tan simpático, tan entretenido para los niños, sea lo que recibió del Señor a través de la Iglesia, sino algo que se le parece, pero no es. El poder de convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor es en realidad propio de la Iglesia, que se realiza a través de los ministros debidamente ordenados, quienes realizan el rito según lo prescribe la Iglesia por mandato de la Iglesia. No se trata de un poder personal al arbitrio del ministro. Por eso el ministro debe ser humilde para atenerse a las normas que prescribe la Iglesia para la celebración de la misa y la Iglesia debe respetar el misterio que ha recibido del Señor para mantenerlo en su integridad.

San Pablo concluye: Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor hasta que vuelva. La eucaristía actualiza la muerte de Cristo para el perdón de nuestros pecados y anticipa su próxima venida cuando alcanzaremos la plenitud de la vida. Así nuestro presente queda establecido en el pasado de reconciliación y en el futuro de plenitud. Demos gracias a Dios: eso significa eucaristía.

+ Mario Alberto Molina, O.A.R.

Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán