Santísima Trinidad

En este primer domingo después de concluir las fiestas de pascua, la Iglesia celebra, contempla y alaba a Dios.  La palabra Dios es de uso universal.  La misma palabra designa realidades distintas, según las experiencias religiosas diversas.  Cristianos, judíos y musulmanes adoramos a un solo Dios y por eso esas tres religiones se llaman “monoteístas”, porque afirmamos que Dios hay solo uno.  Pero si examinamos qué dicen de Dios los judíos, los cristianos y los musulmanes descubriremos que, en ocasiones, los creyentes en cada una de esas tres religiones coincidimos en recocer en Dios las mismas cualidades, por ejemplo, que Dios es misericordioso y justo, que Dios es santo y todopoderoso; pero también nos daremos cuenta de que en cada una de esas religiones monoteístas se le reconocen a Dios atributos o cualidades que las otras dos religiones no le reconocen.  Judíos, cristianos y musulmanes solo en parte coincidimos en lo que conocemos y pensamos acerca del único Dios que los tres decimos que existe y adoramos.  Si tomamos en consideración otras religiones, las diferencias de lo que designan con el nombre de “dios” son todavía mayores.

El rasgo distintivo de Dios como lo conocemos y adoramos los cristianos es su Trinidad.  Ni judíos ni musulmanes hablan de Dios de ese modo.  Es más, hasta cierto punto, el islam surgió como reacción contra la idea cristiana de que Dios es una Trinidad.  Es de capital importancia para los católicos saber qué queremos decir cuando confesamos que Dios es Trinidad o, lo que es lo mismo, cuando decimos con el catecismo que Dios es uno y que subsiste en tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Es importante que sepamos por qué decimos que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero que no hay tres dioses sino uno solo verdadero.

La fe cristiana surgió en el suelo de la fe judía.  Por lo tanto, algunas características de Dios, que se revelaron y manifestaron plenamente en la vida, obra y persona de Jesucristo, ya tenían algún esbozo elemental en el judaísmo.  Por ejemplo, de los judíos hemos heredado la convicción de que todo cuanto existe, tanto las cosas que se ven como la tierra, el sol y los peces, como de aquellas que no se ven, como los ángeles y los espíritus que dan gloria a su nombre fueron creados por Dios de la nada.  Los judíos también conocían que el espíritu de Dios a veces suscitaba líderes del pueblo, ungía profetas y los inspiraba para que hablaran la palabra de Dios, pero no tenían claro si ese espíritu de Dios era Dios mismo o una fuerza procedente de él.  Los judíos también reconocieron en Dios su sabiduría, y algunos escribieron sobre la sabiduría de Dios de tal modo, que daban a entender que esa sabiduría era un personaje que colaboró con Dios en la creación del mundo.  Hoy hemos escuchado una lectura del libro de los Proverbios en el que la sabiduría de Dios, como si fuera una persona, habla de sí misma y dice:  El Señor me poseía desde el principio, antes que sus obras más antiguas.  Antes de que las montañas y las colinas quedaran asentadas, nací yo.  Cuando aún no había hecho el Señor la tierra ni los campos ni el primer polvo del universo, cuando él afianzaba los cielos, ahí estaba yo.  Yo estaba junto a él como arquitecto de sus obras.  El judaísmo se caracterizó por afirmar, creer y defender que Dios es uno, que no tiene partes ni miembros, y es el único que hay pues todas esas realidades que otros pueblos llaman “dios” no existen.  Pero al mismo tiempo, los creyentes judíos podían reconocer realidades divinas junto a Dios como su espíritu o su sabiduría, como lo demuestra la lectura del Antiguo Testamento. 

Con Jesucristo ocurrió la revelación definitiva de Dios.  Tanto así, que el evangelista san Juan hace esta declaración al principio de su evangelio:  A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que es Dios y que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer (1,18).  Jesús introdujo un nuevo lenguaje para hablar de Dios y de ese modo nos reveló definitivamente quién es Dios.  Jesús llamó a Dios su Padre y a sí mismo su Hijo y utilizó expresiones que daban a entender que él era tan Dios como el Padre.  Ese pasaje de san Juan que acabamos de citar dice por una parte que a Dios nadie lo ha visto jamás, pero enseguida dice también que el Hijo, es decir, Jesucristo, que fue bien visible, también es Dios.  Y no es que Dios se hiciese hombre en Jesucristo y dejara de estar invisible en el cielo, pues constantemente Jesucristo Dios le hablaba a su Padre Dios en la oración: Dios Padre estaba en el cielo y su Hijo Dios le hablaba en la tierra.  Es más, Jesucristo antes de morir prometió a sus discípulos que les enviaría el Espíritu Santo de parte de Dios, para que habitara en nuestros corazones; y ese Espíritu es también Dios.  Con Jesucristo conocimos que Dios existe más allá del mundo visible y lo llamamos Padre; Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros y lo llamamos Hijo; Dios habita en nuestros corazones y nos purifica, vivifica y santifica y lo llamamos Espíritu Santo.  Dios sobre nosotros, Dios con nosotros y Dios en nosotros, pero no son tres dioses, sino el mismo y único Dios que creó todo, vivió como hombre y habita también en todo hombre que cree en él.  El mismo y único Dios se hace concreto en tres personas distintas.  Y ese Dios que se nos manifestó existiendo como Padre, Hijo y Espíritu Santo, no es solo el Dios para nosotros, sino que así es también Dios en sí mismo, antes de la creación y de la redención.  Así es el Dios de los cristianos y en él ponemos nuestra fe y de él viene la salvación que da sentido a nuestras vidas.

¿Qué significa eso para nosotros?  Significa que los cristianos entendemos nuestra existencia en el mundo y el sentido de nuestra vida de un modo diferente a como lo entienden los que no creen en Dios Trinidad.  Somos muy diferentes de Dios, pero no somos ajenos o extraños a Dios: él nos creó y nos ama, él se hizo uno de nosotros y nos redimió, él habita en nosotros y nos santifica.  Somos criaturas mortales, corruptibles y efímeras; pero estamos llamados compartir la vida con Dios para siempre pues él ya la comparte con nosotros.  Nuestro mundo es materia y nosotros somos cuerpo y espíritu, pero estamos llamados a compartir la vida con Dios.  Dios nos envuelve con su luz, nos acompaña con su amor y nos penetra con su santidad.  Alabado sea pues Dios Trinidad, que nos crea, nos redime y nos santifica y nos consagra en la unidad de su ser para que seamos uno con Él.

+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán