
La parábola de los talentos se inscribe dentro del discurso de Jesús acerca del fin del mundo y de la responsabilidad con que debemos vivir en este tiempo con el propósito de estar en condiciones de dar cuentas a Dios del modo como hemos gestionado la vida en este mundo. Jesús dice que el reino de los cielos se parece a lo que sucede en esta parábola. Es decir, que lo que allí se expone en forma de un cuento, de una parábola, tiene que ver con un aspecto del modo como Dios ejerce su reinado salvador sobre nosotros.
Fijémonos en algunos rasgos de la parábola. En primer lugar, un señor se va de viaje largo en la distancia, pero sobre todo en el tiempo. En preparación de ese viaje llama a sus servidores de confianza y les da encargos. Después de mucho tiempo, ese señor regresa y pide cuentas a sus servidores de lo que han hecho durante su ausencia. Pues bien, ese señor que se va de viaje es Jesús, y el tiempo de su ausencia, es el tiempo presente de la historia. Los servidores somos nosotros, los creyentes en él. Así como el señor de la parábola regresa del viaje después de mucho tiempo, Jesús volverá al final de la historia y nos pedirá cuenta del modo como hemos desempeñado los encargos que nos dejó.
Pero ¿por qué le debemos dar cuenta a Jesús de nuestro desempeño? ¿Por qué debemos ser responsables ante él y no ante nuestra propia conciencia, ante la sociedad o ante las generaciones que vendrán después? Porque nuestra fe nos enseña que hemos sido creados por Dios y le debemos la vida. Porque Jesucristo nos ha librado del pecado y de la muerte para llamarnos a su plenitud. Porque además nos ha hecho libres, para que nos construyamos y construyamos nuestras familias y nuestra sociedad a través de nuestras acciones, de nuestro trabajo, de nuestras tareas. Porque al ser libres, podemos también actuar de tal modo que nos destruyamos a nosotros mismos con acciones equivocadas, irresponsables o simplemente malvadas. Nuestra responsabilidad moral es un acto de religión, de culto, de servicio a Dios. Por todas esas razones somos responsables ante Jesucristo y él nos pedirá cuentas de nuestra gestión. Por eso mismo, nosotros debemos hacer el esfuerzo de presentarnos cada día ante él, antes de que Él nos convoque, y darle cuenta de la calidad de nuestra gestión cada día. Así tendremos confianza cuando sea convocado.
Pero veamos ahora el otro rasgo de la parábola. El señor deja encargos diversos a sus servidores según la capacidad de cada uno. A uno le dio cinco talentos; a otro, dos y a un tercero, uno. ¿Cómo hay que entender esto? Lo entiendo así. Que como cada uno de nosotros tenemos diversas capacidades, habilidades, cualidades y destrezas, cada uno tiene un trabajo, un servicio, un ministerio, una tarea distinta que desempeñar, sea en la sociedad o en la Iglesia. Unos tienen trabajos y servicios que parecen importantes o que de hecho son importantes porque afectan a muchas personas. Otros tienen funciones, trabajos, tareas más humildes, más sencillas. A eso se refieren los talentos que cada uno recibió: a las tareas y servicios que desempeñamos, algunos grandes otros más humildes.
En la parábola, los que recibieron cinco y dos talentos, gestionaron su encargo con solvencia y cuando el señor regresó alabó y aprobó su modo de actuar. A ambos les dio el mismo elogio, el mismo reconocimiento. A los dos les dijo: entra a tomar parte en la alegría de tu señor. El señor no le dio un reconocimiento mayor al que tuvo una responsabilidad mayor y un reconocimiento menor al de responsabilidad menor. A los dos por igual, pues, aunque recibieron un encargo distinto, lo desempeñaron con igual diligencia.
El problema o la enseñanza está con el último, el siervo que recibió solo un talento, es decir, una responsabilidad pequeña, insignificante quizá en comparación con el que recibió los cinco talentos. Este siervo, en primer lugar, se desentendió del encargo recibido. Hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor. Actuó con negligencia, con descuido y hasta con desprecio del encargo. En segundo lugar, cuando tuvo que rendir cuentas, juzgó a su señor, más que a sí mismo. Le dijo: eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Tuve miedo y escondí tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. No sé si leo más cosas que las que quiso decir Jesús, pero en esas palabras me parece escuchar la voz de aquellos que dicen: ¿por qué le debo dar cuentas a Jesucristo de lo que he hecho en mi vida? ¿Acaso pedí yo nacer para que ahora me pida cuentas del modo como he gestionado mi conducta? Creo que en las palabras de ese siervo hay un rechazo de su condición de subalterno y de empleado de su señor, como pudiéramos rechazar tener a Dios como referencia de nuestra existencia.
La parábola es una advertencia de Jesús hacia aquellos que piensan que como tienen una tarea humilde, un trabajo sencillo, un servicio común que desempeñar, pueden ser negligentes, descuidados e irresponsables. Piensan que su misión y vocación no valen nada, y que nadie les debe pedir cuenta de lo que hacen. Un trabajo muy común, poco valorado en la sociedad, es el de la mujer ama de casa. Hay incluso mujeres que piensan que como ser ama de casa no devenga un sueldo, no tiene valor lo que hacen. Por eso quizá se eligió para primera lectura el cántico al ama de casa, que gestiona bien su hogar. Y así como ese, tantos trabajos humildes, sencillos, que hacen que nuestras familias y nuestra sociedad funcione. Pues bien, si el servidor que recibió en encargo un solo talento lo hubiera gestionado con responsabilidad, habría recibido de su señor el mismo elogio que los otros dos. Habría escuchado decir: entra a tomar parte en la alegría de tu señor.
Ante Dios y ante Jesucristo no hay servicio o tarea insignificante, despreciable. De ella también deberemos dar cuentas a Dios. Y esta parábola es una exhortación de Jesús para que grandes y pequeños, todos desempeñemos nuestro trabajo, nuestra misión, nuestra vocación con responsabilidad, como un servicio y un culto que ofrecemos a Dios. Es además una contribución para construir nuestra sociedad en colaboración y solidaridad. Como dice san Pablo: no vivamos dormidos, como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente. También debemos dar cuentas al Señor del modo como hemos desempeñado nuestra profesión, nuestra misión, nuestro servicio a la sociedad.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán