El pasaje evangélico que acabamos de proclamar tiene un final asombroso. Es prácticamente el único pasaje en que Jesús alaba la fe de un escriba fariseo. En otros pasajes, Jesús celebra la fe de un pagano que le pide un favor o la de un pobre o enfermo que le pide misericordia. Pero una alabanza tan abierta y explícita hacia un escriba judío, solo la encontramos en este caso único. Además, el mismo escriba también hace el elogio de Jesús cuando le responde: Muy bien Maestro; tienes razón. El mensaje de fondo es que el evangelio de Jesús y el mismo Jesús no son incompatibles con el judaísmo. El judío que sabe hacer la crítica de sus propias prácticas para buscar la voluntad de Dios encontrará en Jesús la plenitud de la Palabra de Dios. Jesús, viendo que el escriba había hablado muy sensatamente le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”.
Ahora bien, ¿sobre qué versaba la conversación en la que los dos interlocutores se entendieron tan bien? Versaba sobre lo más central y esencial de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento. Primero pregunta el escriba a Jesús: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? El Antiguo Testamento contiene mucho más que mandamientos. Tiene historias, oraciones, advertencias y amonestaciones de los profetas, palabras y razonamientos de sabiduría, relatos edificantes, y sí, también tiene mandamientos. Centenares de mandamientos. Los maestros fariseos del tiempo de Jesús profundamente preocupados de cumplirlos todos y cada uno se empeñaban en ordenarlos, clasificarlos, para conocer y distinguir los más importantes y centrales de aquellos menos graves. Esa es la preocupación del escriba fariseo que le pregunta a Jesús.
Jesús no rechaza la pregunta, la responde con diligencia y seguridad. Pero no señala un mandamiento principal, sino dos. Cita dos pasajes del Antiguo Testamento. Deuteronomio 6, 4-5: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. La otra cita proviene de Levítico 19,18: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La primera cita de Jesús, en su tiempo, era como una oración, una profesión de fe, una declaración de intenciones de todo judío piadoso. Ese era un texto que todo judío practicante se sabía de memoria y repetía varias veces al día. En ese mandamiento se afirma en primer lugar la singularidad del Dios de Israel. El judío no solo declaraba que Dios es solo uno, sino que además declaraba que su Dios es el único que hay. Todos los otros dioses de los griegos y romanos, de los fenicios y árabes no existen ni son dioses. Esa declaración no era tanto un mandamiento que cumplir, sino un credo al que asentir, una profesión de fe. Lo que viene a continuación es la consecuencia de esa declaración. El judío creyente, por lo tanto, solo puede amar y confiar y obedecer a ese único Dios que hay. Se le debe todo entero, pues ese es el Dios que ha hecho tantas cosas para su salvación. Pero Jesús añade un segundo mandamiento que el escriba no le pidió. Jesús lo añade, porque la fe en Dios tiene consecuencias éticas. Es voluntad de Dios que actuemos de modo constructivo hacia nosotros mismos y hacia nuestro prójimo y nuestra sociedad. Por lo tanto, el amor a Dios incluye el propósito de cumplir su voluntad. Jesús, al añadir el segundo mandamiento, simplemente hace explícito el propósito de cumplir la voluntad de Dios de que actuemos con rectitud, y eso se resume en el amor al prójimo.
El escriba le da la razón a Jesús. Repite los dos mandamientos uniéndolos como si de uno solo se tratara. Pero añade una comparación que Jesús no dijo, pero que sin duda aprobó. Cumplir ese mandamiento doble, dice el escriba, vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Esta añadidura del escriba pone la fe en Dios y la obediencia a sus mandamientos éticos por encima del culto y la liturgia. Ciertamente el culto está legislado por Dios en el Antiguo Testamento y el oficio de los sacerdotes está ampliamente reconocido. Pero de parte de los profetas siempre hubo crítica a un culto que no está respaldado por la rectitud moral de quienes lo realizan. Jesús también criticó la religión que se limita al culto y la ceremonia y excluye la rectitud moral de quienes participan en él. La crítica sigue siendo válida todavía hoy. No se puede participar en los sacramentos sin la conversión de los pecados y el empeño moral de vivir rectamente. Además, la liturgia del templo de Jerusalén resultó ser tan accesoria, que después de la destrucción del templo en el año 70 d.C., el judaísmo subsistió hasta hoy sin sacrificios ni holocaustos, y centró su culto a Dios en la oración y el estudio de su voluntad en la Escritura. Para los cristianos el único sacrificio que puso fin a todos los demás fue la ofrenda de sí mismo que Cristo realizó en la cruz. La única carne y la única sangre que los cristianos ofrecemos a Dios es la de Cristo en el sacramento de la eucaristía. Y el culto fundamental es la actualización en nosotros mismos de la obediencia de Cristo a la voluntad de Dios en el servicio a nuestro prójimo. Los sacramentos son necesarios, y la liturgia nos ayuda a poner a Dios como referente supremo, pero la fe recta y la obediencia moral son el fundamento de todo culto cristiano.
Pero es oportuno hacernos una pregunta adicional: Y si alguien nos hiciera la misma pregunta que el escriba le hizo a Jesús, pero con relación al Nuevo Testamento ¿qué responderíamos? ¿Cuál es el versículo del Nuevo Testamento que resume todo el evangelio? Yo creo que hay dos versículos que expresan el centro y corazón del evangelio. Uno es Juan 3, 16: Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Otro es parecido, en Romanos 5,8-9: Dios nos ha mostrado su amor ya que cuando aún éramos pecadores Cristo murió por nosotros. Con mayor razón, pues, quienes estamos siendo justificados ahora por medio de la sangre de Cristo, seremos liberados por él del castigo. Los dos versículos declaran que el origen del evangelio es el amor de Dios; que ese amor se manifestó en el envío, muerte de Jesús en la cruz y en su resurrección y que ese amor tiene como consecuencia el perdón de nuestros pecados y el logro de la vida eterna. Ese es el evangelio de la gracia y de la paz en el que creemos, en el que hemos puesto nuestra esperanza, y el que tiene como consecuencia que vivamos como Cristo vivió, obedientes a Dios en el servicio a nuestro prójimo.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán