Domingo XXXI

El episodio del encuentro de Zaqueo con Jesús y la visita de Jesús a su casa es una narración que encontramos solo en el evangelio según san Lucas.  Es un relato que enseña cómo la misericordia de Dios facilita el arrepentimiento y la conversión del pecador.  La lectura atenta nos permite intuir algunos rasgos espirituales.  En la ciudad de Jericó vive un publicano de nombre Zaqueo.  Los publicanos eran judíos que trabajaban para el imperio romano con la tarea de cobrar los impuestos que los romanos imponían a los judíos.  Colaboraban pues con el poder imperial en perjuicio de sus propios paisanos.  Los romanos dejaban bastante libertad a los publicanos, que se aprovechaban para cobrar de más y hacerse ricos.  Era gente corrupta.  Jesús siempre los menciona prototipo del pecador aborrecido por la gente.  Un publicano era un hombre que por su dinero y por su poder se imponía socialmente.  Este publicano Zaqueo se entera de que Jesús llega a la ciudad y quiere verlo, porque seguramente ha oído su fama.  Pero dice el relato, que como era bajo de estatura, se subió a un árbol para verlo mejor.  Me pregunto: ¿No tenía Zaqueo suficiente prestigio y poder como para salir directamente al encuentro de Jesús?  Creo que sí.  Zaqueo era un hombre riquísimo.  Zaqueo con el poder que tenía podía haber abierto paso para acercarse directamente a Jesús.  Pero no procedió así. ¿Por qué entonces se subió a un árbol para ver a Jesús?  Subirse a un árbol sería algo indigno de él. ¿Se subió entonces a un árbol para ver a Jesús porque no se atrevía a acercarse a Jesús consciente de su culpa e indignidad?  El texto no dice nada de esto, estoy adivinando las interioridades de Zaqueo.  Pero creo que Zaqueo no solo era bajo de estatura, sino que se sentía indigno de acercarse a Jesús.  A Zaqueo le remordía la conciencia.  Sabía que había actuado mal.  Pero quizá dudaba que hubiera perdón para él.  Conocedor de la santidad de Jesús no se atrevió a acercarse directamente al Señor, y prefirió verlo a distancia, verlo pasar, porque pensó que su pecado era demasiado grande, y que no habría perdón para él.  Según la mentalidad común en su tiempo solo los santos podían acercarse a Dios; y aquí estaba el enviado de Dios en persona.  ¿Era Zaqueo el único hombre subido a un árbol para ver pasar a Jesús para que el Señor se le prestara atención?  Pienso que no.  Habría otros muchos subidos a un árbol por curiosidad.  Zaqueo, dice el evangelista, era de baja estatura, y por eso se subió al árbol para ver a Jesús.  Pero la baja estatura se refiere también a la humildad del corazón, de quien es tenido por grande y poderoso en este mundo, pero sabe ser pequeño ante Dios.  ¿Por qué se fijó Jesús en Zaqueo, si también había otros hombres subidos en árboles?  Porque Jesús vio el corazón de este hombre; vio su humildad y arrepentimiento, vio su buena disposición para convertirse y vio quizá también su desesperanza de que hubiera perdón para él.  Por eso Jesús se acercó, porque vino a buscar al que estaba perdido y a sanar al que estaba enfermo y sabía que Zaqueo estaba enfermo de pecado y quería curarse de ese mal.  

Jesús leyó su corazón y vio en él el arrepentimiento y el deseo de conversión y por eso se fijó en él y lo llamó:  Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.  Zaqueo se llenó de alegría y gozo, se supo perdonado por esa palabra de Jesús.  El Señor no buscó la casa del más santo del pueblo para hospedarse, sino la casa del más pecador.  Por eso todos murmuran:  Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.  Para muchos, ese gesto de Jesús lo descalifica como enviado de Dios.  Pero en realidad, ese gesto de Jesús manifiesta quién y cómo es Dios.  Él tiende la mano al pecador para ofrecerle el perdón y darle ocasión de arrepentirse.  Dios no espera que el pecador se arrepienta para tenderle la mano.  No es el pecador el que debe convencer a Dios de que perdone; es Dios el que debe convencer al pecador de que se arrepienta y pueda así recibir el perdón que se le ofrece de antemano.  Por eso, al entrar Jesús en la casa de Zaqueo, lo primero que declara este pecador arrepentido es su propósito de enmienda:  Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más.  Efectivamente, el arrepentimiento se muestra no solo en las palabras; el arrepentimiento se muestra sobre todo en las acciones que hagamos para revertir el daño que hemos hecho con nuestras acciones.  Con frecuencia no hay reversión posible.  Entonces las buenas obras que hagamos, de alguna manera, compensan por el daño que hemos hecho con nuestros pecados y delitos, con nuestras negligencias e irresponsabilidades. Finalmente, Jesús declara:  Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido.

La primera lectura que acompaña este evangelio es una oración que exalta la misericordia y la bondad de Dios para con los pecadores.  Te compadeces de todos, y aunque puedes destruirlo todo, aparentas no ver los pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse.  Y lo que ocurre con demasiada frecuencia, es que esa paciencia de Dios la interpretamos como tolerancia de Dios, y aprovechamos su paciencia para pecar una y otra vez, para seguir cayendo en los mismos vicios, pecados, negligencias y descuidos.  Recordemos siempre que en las cosas que atañen a nuestra salvación, Dios lleva la delantera.  Si rezamos y pedimos a Dios que nos perdone, no es para convencerlo de ello, sino para que al pedir perdón tengamos la coherencia de convertirnos, de cambiar, de corregirnos.  Pero Dios primero nos ofrece su perdón y es esa mano tendida hacia nosotros la que suscita el deseo de acoger el perdón por la conversión.  La otra equivocación es la de creer que la generosidad de Dios para perdonar signifique que nuestros pecados no son tan graves, ya que Dios tan fácilmente está dispuesto a perdonarnos.  Por eso a los que caen, los vas corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados, para que se arrepientan de sus maldades y crean en ti, Señor.

Que estas palabras nos muevan para corregirnos y ser cada día mejores.  Que el perdón de Dios siempre dispuesto nos aliente a dejar el pecado.  El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Que nunca nos atrevamos a jugar con la misericordia y el perdón de Dios para seguir pecando.  Sino que tanta misericordia nos motive a corregirnos y a reparar con buenas obras el pecado cometido.

+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán