Al evangelista san Lucas le debía preocupar mucho el peligro que corren las personas ricas de perder la salvación que Cristo vino a ofrecer. Lo digo, porque es el evangelista que recoge y transmite el mayor número de parábolas, sentencias y enseñanzas de Jesús acerca del peligro de las riquezas. Este debe ser el tercer o cuarto domingo en que el pasaje del evangelio elegido para ser leído en la iglesia trata sobre el tema de las riquezas. ¿Por qué considera Jesús que las riquezas son un peligro para nosotros, si son tan útiles para resolver tantas necesidades y problemas? ¿Por qué son un peligro, si son tan deseables? Las riquezas son útiles. Trabajamos para obtener lo necesario y más de lo necesario para vivir. Tantos paisanos nuestros emprenden el riesgoso viaje a Estados Unidos buscando mayores ingresos para sostener a sus familias. ¿Es un pecado esa búsqueda? Yo digo que no. Y las remesas de los migrantes, que son miles de millones de dólares anuales, nos han dado desarrollo y mejores condiciones de vida. El problema con las riquezas y el dinero es que son tan poderosos para resolver necesidades y problemas que fácilmente pueden ocupar el lugar de Dios en nuestra vida. Nos empeñamos en ser ricos y valoramos lo que tenemos como nuestra seguridad frente al futuro. Y nos olvidamos de que nuestro futuro no está en este mundo, sino en Dios, y la vida eterna no se compra con dinero, sino que se recibe de Dios, si hemos actuado con misericordia, con honestidad, con responsabilidad.
Hoy hemos escuchado la parábola del “Rico sin nombre y el pobre Lázaro”. La parábola parece sencilla, pero plantea preguntas. Es evidente que el rico sin nombre acabó su vida en fracaso ante Dios por su indolencia, por su falta de misericordia, por no haber socorrido al pobre Lázaro que esperaba un mendrugo a su puerta. Pero ¿qué hizo el pobre Lázaro para llegar al final de su vida al seno de Abraham? ¿Acaso solo ser pobre e indigente le mereció el éxito final y la salvación? ¿Es la salvación que Cristo ofrece una mera inversión de situaciones? Es decir ¿que el rico acaba en fracaso y el pobre acaba salvado? No podemos plantear la salvación de ese modo, como reversión de situaciones, pues nos caería de lleno la crítica de los adversarios de la fe que dicen que los cristianos entretenemos a los pobres con la esperanza del cielo para tenerlos sumisos y pacientes a la espera de un futuro mejor en otro mundo y les impedimos superarse y reclamar sus derechos frente a los abusos que cometemos contra los más débiles y desprovistos de recursos. El cielo no es la recompensa por las carencias, pobrezas, indigencias en esta vida. La promesa del cielo no es una ilusión con la que engañamos a los sufridos de este mundo para que aguanten el sufrimiento. El cielo es la plenitud de una vida santa iniciada en la tierra.
Jesús no enseña eso en su parábola. El personaje Lázaro le sirve a Jesús para dos propósitos. Para poner en evidencia la indolencia del otro personaje, el rico sin nombre y para mostrar que la vida eterna, la vida con Dios, no se compra con riquezas, sino con obras buenas. El rico que tenía todas las riquezas del mundo, no las administró bien, y fracasó ante Dios. El pobre Lázaro, que no tenía riquezas, por sus obras buenas que la parábola no nos cuenta, alcanzó lo que el rico sin nombre no pudo alcanzar. El cielo es don de Dios que no se compra ni con dinero ni riquezas y por eso lo pueden alcanzar los pobres.
La parábola también enseña otras tres cosas. La primera: Que el logro de la propia vida o el fracaso se deciden aquí en esta vida. Del otro lado ni Lázaro puede ir donde está el rico sin nombre ni este puede ir a donde está Lázaro. El rico sin nombre después de muerto no puede corregir el fracaso de su vida ni con una gota de agua. La segunda: También enseña esta parábola que el camino para el éxito ante Dios está claramente prescrito en la Palabra de Dios. Cuando el rico sin nombre le pide a Abraham que envíe a Lázaro a donde sus hermanos para advertirles y que ellos no acaben como él en el fracaso de su vida, Abraham le contesta que pueden leer cuál es el camino de la vida en la Sagrada Escritura: Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen. Por lo tanto, está claro qué debemos hacer para llegar al cielo; lo que enseñan las Sagradas Escrituras.
Pero hay una tercera enseñanza: Cuando el rico sin nombre le objeta a Abraham que el envío de Lázaro será útil, pues le harán caso a un muerto vuelto a la vida, Abraham responde: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto. Ese final de la parábola siempre me ha impresionado pues en verdad, si el Lázaro de la parábola no resucitó, Jesucristo sí. Ha resucitado un muerto. Y ni por esas nos convencemos de ser más dóciles a la Palabra de Dios para ajustar nuestra vida al evangelio.
San Pablo en la segunda lectura hace una advertencia solemne a Timoteo. En presencia de Dios que da vida a todas las cosas y de Cristo Jesús que dio tan admirable testimonio ante Poncio Pilato, te ordeno que cumplas fiel e irreprochablemente todo lo mandado. Si la vida que tenemos se la debemos a Dios que nos ha creado; si Jesucristo el Hijo de Dios mantuvo de palabra y de obra su coherencia de vida, ¿no deben ser esas referencias suficiente estímulo y motivación para que nosotros también actuemos con coherencia y rectitud? Y san Pablo añade que esta obediencia debe durar siempre: hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo, la cual dará a conocer a su debido tiempo Dios, el bienaventurado y único soberano. Debemos sabernos responsables ante Dios para actuar con rectitud siempre, sabiendo que a él le debemos dar cuentas de nuestra vida. Todos los días debemos ejercitarnos en el examen de conciencia para mantener viva la actitud de conversión hacia Dios. Si nos examinamos cada día con honestidad como si estuviéramos en la presencia de Jesucristo Juez, tendremos confianza también cuando el Señor nos juzgue el último día.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán