
Uno de los aspectos más difíciles de asimilar y entender en la vida de Jesús fue su final, su pasión y muerte en la cruz. Los evangelistas aseguran que Jesús instruyó a sus discípulos acerca de su futura pasión y muerte. Tanto en el pasaje evangélico que se leyó el domingo pasado como en el de este domingo, Jesús avisa a sus discípulos acerca de su final. En el relato que hemos escuchado hoy, Jesús camina con sus discípulos por Galilea. No quiere que nadie se entere de su presencia, porque no quiere distracciones. Él iba enseñando a sus discípulos. La enseñanza se refiere a su pasión, muerte y resurrección: Les decía: ‘El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará’. Jesús se designa a sí mismo como Hijo del hombre, una forma oblicua de decir “yo”, pero también una locución que, en el contexto de la pasión y muerte, habla de su condición humilde, vulnerable, sufrida. Luego dice que va a ser entregado en manos de los hombres. Pero no dice quién lo va a entregar. En la enseñanza del domingo pasado decía que era necesario que el Hijo del hombre padeciera. Esta manera de hablar se refiere al designio de Dios sobre él. Sin embargo, hay que tener cuidado con esta expresión. No hay nada de determinismo ciego en esta expresión, como si los actores de los acontecimientos que rodearon la muerte de Jesús fueran autómatas que actuaron desprovistos de libertad para cumplir un designio inexorable de Dios. Las expresiones “era necesario” y “va a ser entregado” quieren decir que el sufrimiento del Mesías, su pasión y muerte no son un accidente que Dios no pudo prevenir o evitar. La pasión y muerte de Jesús son parte constitutiva de su identidad como Mesías. Este modo de pensar era contrario a las expectativas propias del mesianismo judío, que se imaginaba al futuro Mesías como un enviado de Dios victorioso y soberano. De allí la necesaria instrucción a los discípulos y su incomprensión: Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.
Cuando los acontecimientos se dieron, y Jesús de veras padeció y murió en la cruz el desconcierto fue total. Solo la resurrección reivindicó la identidad mesiánica de Jesús y entonces hubo que hacer un esfuerzo teológico para entender el significado de la pasión y muerte de Jesús. El texto que mejor iluminó el significado de la muerte de Jesús fue el pasaje de Isaías 53, que habla de un siervo de Dios cuyo sufrimiento y muerte traen perdón y vida. Pero también se recurrió a la figura del hombre inocente perseguido por los malvados. El pasaje del libro de la Sabiduría que hemos leído hoy propone el modelo. Los hombres malvados se ensañan contra el hombre justo porque su sola presencia, por contraste, pone en evidencia su maldad. Los malvados dijeron entre sí: “Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados. Condenémoslo a una muerte ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él. Entender la muerte de Jesús en la categoría del justo perseguido por los malvados, una figura ya dibujada en el Antiguo Testamento, facilitaba la comprensión de lo que le ocurriría a Jesús. Si el hombre justo y bueno acaba suscitando la oposición y la animadversión de los malvados hasta procurar su muerte, entonces era comprensible que el Santo, el Inocente, el Justo Hijo de Dios hubiera suscitado contra sí la oposición de la humanidad pecadora. La muerte de Jesús a manos de los hombres pecadores no era indicio de que los acontecimientos se hubieran salido de las manos de Dios, sino que precisamente esa muerte tan ignominiosa ponía en evidencia la santidad del Crucificado.
Mientras Jesús hablaba de cosas tan serias por el camino, sus discípulos, además de que no comprendían, hablaban de otras cosas más humanas. Jesús lo notó. Al llegar a casa les preguntó de qué discutían por el camino. Con vergüenza los discípulos tuvieron que admitir que no solo no comprendieron lo que Jesús les enseñaba sobre su futura muerte, sino que ellos hablaban de asuntos más rastreros: En el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Fue una conversación que manifestaba la total incomprensión de la enseñanza de Jesús. Quizá al escuchar que Jesús iba a morir, comenzaron a preguntarse quién ocuparía su lugar de maestro y jefe del grupo. Pero Jesús da otra clave para comprender su pasión: Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. La proximidad de las dos enseñanzas de Jesús, el anuncio de su pasión y muerte y el principio de que la primacía se obtiene por el servicio ayuda a entender la muerte de Jesús como un servicio a favor de todos. Jesús rechazado y matado es reducido al último lugar, pero ese es el camino de la exaltación.
Por eso también Jesús se compara con un niño: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado. Los niños eran socialmente los últimos, los insignificantes, normalmente afectados por un alto grado de mortalidad por lo que su supervivencia era incierta hasta que llegaran a la consolidación de la juventud. Jesús dice que quien acoge a un niño en su nombre lo acoge a él. Jesús por una parte compara la vulnerabilidad de su vida con la de un niño y por otra elige al pequeño y vulnerable como representante suyo, y no solo suyo, sino del mismo Dios que lo envió.
En todo esto hay una enseñanza que no solo es moral, sino antropológica y social. Jesús nos enseña un modo alternativo de asumir la vida humana. Frente al planteamiento de la vida desde el poder, la fuerza, el prestigio, la riqueza y la autosuficiencia, él plantea su propia vida desde la debilidad, la humildad, la pobreza propia para poner la confianza solo en Dios. No se trata de la exaltación de la debilidad, de la humildad y la pobreza por sí mismas, sino como actitudes que le permiten a él y a quien quiera vivir como él poner su fuerza, su riqueza y suficiencia en Dios y solo en Dios. Por eso decimos con el salmista: el Señor Dios es mi ayuda, él quien me mantiene vivo. Por eso te ofreceré con agrado un sacrificio, y te agradeceré, Señor, tu inmensa bondad conmigo.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán