
El episodio del reconocimiento de Jesús como el Cristo, el Mesías enviado por Dios, de parte de Pedro y de los demás discípulos ocupa un lugar central en los evangelios. Los tres evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas recogen con ligeras variantes de redacción el episodio que hoy hemos escuchado. También el evangelista Juan tiene relatos en los que Jesús es reconocido como el salvador. Al final del capítulo 6 de su evangelio, varios de los discípulos de Jesús se retiran de seguirlo, pues a su parecer su enseñanza de que hay que comer su carne para tener vida eterna les parece escandalosa. Entonces Jesús pregunta a los Doce, si también quieren retirarse, y Pedro le responde: Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios (Jn 6,68-69). En otra ocasión, cuando Jesús llegó a Betania, donde vivían Lázaro, Marta y María, Marta desconsolada le reclamó a Jesús que no hubiera llegado antes de que Lázaro muriera para que lo curara. Jesús le responde que Lázaro resucitará. Marta confiesa que sí, que eso ya lo sabe, pues los muertos resucitarán en el último día. Entonces Jesús le replica con la declaración de su identidad como autor de la resurrección: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá (11,25). Ante la pregunta de Jesús a Marta de si cree eso que él acaba de declarar sobre sí mismo, ella responde con otra confesión de fe: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir a este mundo (11,27). La respuesta es admirablemente semejante a la de Pedro en Cesarea de Filipo.
Esta abundancia de declaraciones de fe en Jesús y en su identidad como salvador nuestro nos indica una cosa: son modelos para nosotros, para que nosotros también declaremos nuestra fe en él como nuestro salvador. Primero en el bautismo, y luego a lo largo de nuestra vida, renovamos nuestra fe en Jesús como nuestro salvador.
La escena del evangelio de hoy se desarrolla en Cesarea de Filipo, una ciudad en los confines septentrionales de Galilea, lejísimo de Jerusalén. En ese lugar, Jesús interroga a sus discípulos, en primer lugar, acerca de lo que la gente piensa acerca de él. La respuesta que dan los discípulos manifiesta cómo antes y también ahora, se pueden tener ideas muy nobles acerca de Jesús, pero equivocadas. La gente tiene pensamientos elevados acerca de Jesús: Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros que alguno de los profetas. La gente, pues reconoce en Jesús a un hombre de Dios. Pero se queda corta. Hoy también, quienes no tienen fe, a veces aprecian a Jesús por su enseñanza moral. Otros ciertamente dicen cosas erróneas sobre él. Jesús no corrige o critica lo que la gente piensa de él. Simplemente se vuelve a los que lo han acompañado durante meses, quizá años, y les pregunta: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro responde en nombre de todos con la respuesta más escueta, sobria y contundente que jamás haya pronunciado: Tú eres el Mesías. Tú eres el enviado de Dios para nuestra salvación.
Cuando san Marcos escribió el evangelio, años después de la muerte y la resurrección de Jesús, la respuesta de Pedro proponía como por adelantado la declaración de fe de quienes se hacían cristianos al aceptar el bautismo. Tú eres el Cristo. “Jesús es el Mesías Salvador”. Ese es el núcleo de nuestra fe. Jesús es el Hijo de Dios. Pero para Pedro y los apóstoles, el Mesías venidero sería un ganador, un enviado de Dios poderoso e invencible. Para los cristianos del tiempo de san Marcos, el reconocimiento de que Jesús es el Cristo podría centrar la atención en su resurrección y exaltación al cielo. Por eso Jesús completó la declaración de fe de Pedro con el anuncio anticipado de su pasión; para que también los que lo reconocemos como nuestro salvador por su resurrección no nos olvidemos del camino de la pasión. Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y resucitara al tercer día. Esta es la primera vez que Jesús, en el relato de los evangelios, les revela a los discípulos el camino de la pasión y de la cruz que precede su exaltación como Cristo. Es necesario, les dice. Es decir, así lo ha dispuesto Dios, ese es el designio de Dios, ese es el camino de mi misión y vocación. La orden que Jesús da a los discípulos de que no digan a nadie que él es el Cristo, el Mesías, tiene el propósito de evitar malentendidos. Antes de su pasión y resurrección, el reconocimiento de Jesús como Mesías podía llevar a confundirlo con un liberador político. Cuando ahora nosotros leemos el evangelio, esa advertencia de Jesús es un recordatorio de que no podemos hablar de su gloria olvidándonos de su pasión y muerte en la cruz.
Tan imposible es separar la gloria de la pasión, que cuando Pedro escandalizado de escuchar el anuncio de la futura pasión de Jesús se lo lleva aparte e intenta disuadirlo, Jesús lo reprende con las palabras más severas: ¡Apártate de mí, Satanás! Mejor: “No confrontes a Dios, más bien ponte detrás de mí.” Llamar a Pedro “Satanás” es llamarlo adversario de los planes de Dios. Tú no juzgas según Dios, sino según los hombres; tú no entiendes el “es necesario” que yo acabo de pronunciar y entonces te rebelas contra Dios. El camino de Jesús por la pasión y la muerte a la gloria es tan necesario, que Jesús incluso enseña a sus seguidores: el que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Es decir, el que quiera venir conmigo debe saber asumir su vida en actitud de obediencia a Dios, debe estar dispuesto a perder la vida por mí y por el evangelio, para poder así recobrarla íntegra de las manos de Dios. Jesús anuncia que, igual que le pasó a él, también quienes somos sus seguidores en algún momento tendremos que hacer opciones que parecerán de desventaja y perjuicio propio según los criterios de este mundo, pero que serán opciones de coherencia con la voluntad de Dios y el evangelio de Jesús. Estas serán las opciones que nos identificarán con Jesús y su cruz y que nos llevarán igual que a él a la resurrección.
Hoy dice Santiago que la fe debe mostrarse en las obras. En el contexto de estas lecturas, pidamos al Señor que nos dé la fortaleza para que nuestra fe se muestre siempre no solo en la caridad, sino en la actitud de obediencia a la voluntad de Dios sobre nosotros.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán