Domingo XXIII

Las lecturas de hoy nos confrontan con la realidad de nuestra mortalidad y de nuestras limitaciones, por lo que nuestra confianza debe estar puesta en el Señor.  El salmo con el que hemos dado respuesta a la primera lectura es particularmente explícito e incisivo en destacar nuestra mortalidad:  Nuestra vida es tan breve como un sueño.  Y le dice a Dios:  Tú haces volver al polvo a los humanos, diciendo a los mortales que retornen a la tierra.  Compara la vida humana con la de la hierba que florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca.  Pero el salmo no tiene el propósito de fomentar en nosotros la angustia o el temor, sino al contrario, pretende mostrar nuestra fugacidad, pequeñez e impotencia para que seamos humildes, para que no pretendamos ser autosuficientes, para que aprendamos a confiar en Dios:  Enséñanos lo que es la vida y seremos sensatos.  Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda.  Tú eres, Señor, nuestro refugio.  Ante el hecho de que debemos morir, Dios nos enseña a vivir con sentido y a no desesperar.

La muerte, en efecto, es el gran enigma de nuestra existencia.  Lo he dicho miles de veces.  La certeza de morir, la seguridad que esta vida acabará en la muerte nos plantea grandes preguntas.  ¿Nací para morir? ¿Para qué vivir? ¿Qué propósito tiene todo el esfuerzo que ponemos en educarnos, en formar una familia, en realizar nuestro trabajo, en vivir con honradez, si al fin y al cabo morimos igual que el irresponsable, el deshonesto y el corrupto?  ¿Es la muerte el final definitivo o hay vida más allá?

Cuando nos planteamos esas preguntas, tocamos el límite de lo que podemos conocer.  Hay muchas preguntas cuya respuesta es incierta, si nos fiamos solo de nuestra capacidad de indagar y conocer.  Como dice el libro de la Sabiduría:  Los pensamientos de los mortales son inseguros y sus razonamientos pueden equivocarse, porque un cuerpo corruptible hace pesada el alma y el barro de que estamos hechos entorpece el entendimiento.  Es una gran ventaja que los humanos tengamos razón y la capacidad de pensar.  Causa asombro lo que la humanidad ha logrado con el esfuerzo del estudio, del cálculo, de los experimentos y de la ciencia acumulada.  No solo tenemos razón para pensar, sino que también tenemos libertad para construir nuestra vida con las decisiones que tomamos y las acciones realizamos.  Lamentablemente podemos hacer mal uso de la razón y podemos también usar la libertad no para construir sino para destruirnos a nosotros mismos y a todos los que están a nuestro alrededor.  Tenemos razón para buscar y comprender la verdad de las cosas, pero esa capacidad tiene límites; hay muchas cosas que no logramos comprender.  Tenemos libertad para buscar el bien y la belleza, pero con frecuencia nos ofuscamos y nos equivocamos.  Con dificultad conocemos lo que hay sobre la tierra y a duras penas encontramos lo que está a nuestro alcance.

Por eso, Dios ha venido a nuestro auxilio.  Dios se nos ha manifestado a través de sus obras.  Él ilumina nuestra razón con su verdad y fortalece nuestra libertad con su gracia.  Por eso el libro de la Sabiduría, después de constatar las limitaciones humanas, se dirige a Dios y le hace otras preguntas: ¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría, enviando tu santo espíritu desde lo alto?  Solo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada.  Solo con esa sabiduría se salvaron, Señor, los que te agradaron desde el principio. 

Efectivamente, la sabiduría de Dios nos llega en primer lugar a través de su Hijo, Jesucristo, que se hizo hombre como nosotros, asumió nuestras limitaciones y nuestra propia mortalidad.  Por medio de Jesucristo hemos conocido aquellas cosas que están más allá de nuestra razón y capacidad de conocer; por medio de Jesucristo hemos conocido que no estamos hechos para la muerte, sino para la vida.  Jesucristo nos ha enseñado que, en los libros sagrados de Israel, los que nosotros llamamos el Antiguo Testamento, está el testimonio de la obra de Dios a nuestro favor.  Allí está el testimonio del amor de Dios que en medio de la historia de la humanidad preparó al pueblo de Israel para que de él naciera su Hijo hecho hombre.  Los discípulos y seguidores de Jesús escribieron los evangelios, las cartas y otros libros que forman el Nuevo Testamento, y en ellos encontramos las palabras de vida que nos dejó Jesús.  Ellos nos enseñan lo nuestra razón no alcanza a conocer.

En el pasaje del evangelio asignado para ser leído este domingo, Jesús nos enseña que debemos asumir la vida con responsabilidad.  Quien quiere construir una torre, una casa, una iglesia no solo debe hacer los planos para su construcción, sino que debe hacer también un presupuesto y ver si puede financiarlo.  No sea que después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él diciendo: “Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar.”  Jesús pone otro ejemplo tomado de la guerra.  Si un país decide comenzar una guerra contra otro, el que inició el conflicto debe calcular bien si cuenta con los medios para ganarle al adversario.

Del mismo modo, el que quiera seguir a Jesús, debe fijarse no solo en los beneficios que Jesús nos promete, el perdón de los pecados y la resurrección de entre los muertos; sino que también debe tomar en cuenta que ser cristiano supone un estilo de vida que lleva consigo sacrificios y privaciones.  Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo.  Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.  Cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.  ¡Qué duras se escuchan estas palabras de Jesús! 

¿Cuál es el precio de ser discípulos de Jesús? ¿Cuál es el costo?  Según las primeras frases de Jesús, el amor a él prevalece sobre el amor a los parientes y familiares cuando éstos se convierten en obstáculo para seguir a Jesús.  Y de igual manera, debemos tener una confianza en Jesús para salvarnos superior a la confianza que le tenemos a las riquezas para resolver nuestras necesidades.  Hoy Jesús nos enseña que nuestra salvación está en él, pero que debemos asumir con responsabilidad la tarea de seguirlo y ser sus discípulos.

+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán