Voy a comenzar esta reflexión por la segunda lectura. Eso nos ayudará a entender mejor el pasaje del evangelio. El autor de la carta a los hebreos exhorta a sus lectores a la perseverancia en la fe. Y evoca la memoria de los que antes que nosotros fueron creyentes en Dios y seguidores de Cristo. Rodeados como estamos por la multitud de antepasados nuestros que dieron prueba de su fe, dejemos todo lo que nos estorba. ¿Quiénes son estos antepasados que nos rodean? Cada persona y cada época tiene los suyos. Nosotros podemos pensar en primer lugar en los que nos quedan más cerca: nuestros padres, abuelos y antepasados que nos transmitieron la fe. Pensamos en aquellos que se tomaron la fe en serio, que trataron de vivir con coherencia ética en su casa y trabajo y que participaron en la liturgia y oraciones en la iglesia. Podemos pensar también en aquellos vecinos que nos dieron ejemplo; aquellos catequistas que nos enseñaron más con su ejemplo que con sus palabras. Quizá alguno de nosotros recordamos a algún sacerdote que nos ayudó con su ejemplo y doctrina a seguir a Jesús. Pensamos en los santos; hay santos que nos inspiran y nos motivan; cada uno tiene los suyos. En Guatemala veneramos a varios beatos que dieron su vida por Cristo en los años en que la Iglesia católica fue acosada y perseguida. Recordamos a los beatos mártires de Quiché: el padre José María Gran y los otros nueve compañeros, siete de los cuales eran laicos; recordamos a los beatos fray Tulio Maruzzo y el laico Luis Obdulio Arroyo, muertos en Izabal; recordamos al padre Francisco Stanley Rother asesinado en Santiago Atitlán; y mucho antes que ellos a la quetzalteca beata Encarnación Rosal que tuvo que salir del país expulsada por el gobierno a finales del siglo XIX y fue la reformadora de las Hermanas Bethlemitas. Recordamos un sacerdote ejemplar cuya causa de beatificación todavía no ha concluido, el padre Hermógenes López, asesinado en San José Pinula. Son todas ellas personas que vivieron su fe bajo riesgo, y se mantuvieron firmes en su testimonio. Ellos nos animan a vivir nuestra fe frente a las adversidades que nos tocan a nosotros y que ya ponen a prueba nuestra fidelidad a Cristo.
La lectura sigue: librémonos del pecado que nos ata, para correr con perseverancia la carrera que tenemos por delante, fija la mirada en Jesús, autor y consumador de nuestra fe. Los creyentes debemos tener claro que caminamos por esta vida con rumbo y sentido. No somos hojarasca que revolotea en el viento; o quizá más apropiadamente bolsas de plástico que el viento levanta de las calles y lleva sin rumbo. Nosotros venimos del amor de Dios y caminamos en este mundo al encuentro con Jesucristo glorioso. Por eso dice que debemos poner la mirada fija en Jesús para tener siempre ante nuestros ojos hacia quién caminamos y así vivir con coherencia y como discípulos de Jesús y según el evangelio.
Él también nos da ejemplo de cómo perseverar en la adversidad. A pesar de que era el Hijo Único de Dios no la pasó tan bien en este mundo y terminó crucificado. Él, en vista del gozo que se le proponía, aceptó la cruz, sin temer a su ignominia y por eso está sentado a la derecha del trono de Dios. ¿Qué gozo se le proponía a Jesús? Pienso en las tentaciones a la que lo sometió Satanás: Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria, porque a mí me lo han dado y a quien yo quiera se lo puedo dar. Si te postras ante mí, todo será tuyo (Lc 4,6-7). Sin embargo, Jesús rechazó a Satanás para seguir siempre la voluntad de Dios; y por eso lo persiguieron, lo condenaron y lo crucificaron. Sin embargo, por su obediencia fue exaltado. Murió, pero vive para Dios y en Dios. Ese es el modelo que se nos propone.
Mediten, pues, en el ejemplo de aquel que quiso sufrir tanta oposición de parte de los pecadores y no se cansen ni pierdan de ánimo, porque todavía no han llegado a derramar su sangre en la lucha contra el pecado. Así termina la exhortación de la carta a los hebreos. Nos encaminamos a una cultura cada vez más contraria o quizá solo indiferente al evangelio. La solución no es acomodar el evangelio a las tendencias culturales. Lo que siempre han hecho los santos es acomodar su vida al evangelio, contra el mundo, si el mundo camina por senderos contrarios a Dios o apartados de Él.
En este punto podemos pasar al evangelio. Dice Jesús: He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega! Estas son frases que nos muestran el corazón de Jesús. Él ha venido a traer fuego. ¿De qué fuego habla? Pienso que se trata del fuego de su Palabra, de su Verdad, de su Espíritu. El evangelio es fuego que purifica, que exige cambio y conversión. Jesús lo anuncia, pero se da cuenta de que, si bien algunos lo aceptan, otros lo rechazan. Debe recibir un bautismo, dice. Se refiere a su muerte en la cruz. La anticipa, la prevé, la intuye. Y su corazón se angustia, pero no se echa para atrás, sino que persevera hasta el fin. Y es consciente de que su mensaje causará división, incluso dentro de una misma familia, si unos lo aceptan y otros no. ¡Qué hermoso sería, si todos lo aceptaran! Uno se encuentra con parejas en la que uno es creyente y el otro no, se enamoraron, se juntaron, pero la parte no creyente no acepta casarse por la Iglesia y la parte creyente sufre porque no puede recibir los sacramentos. Hay división. O con esta pluralidad de iglesias, cultos y asambleas que hay en nuestro país: las familias se dividen porque cada una va a un lugar distinto de culto porque no buscan la verdad de Dios, sino sentirse bien. Cuando arrecie la persecución, la adversidad, cuando la cultura en que vivamos sea más hostil y contraria al evangelio, los creyentes estaremos sometidos a la prueba de perseverar en la fe y sufrir las consecuencias o abandonar la fe, acomodarnos al mundo y olvidarnos de Dios, para que nos vaya bien en estos días sobre la tierra. Eso no fue lo que hizo Jesús y lo que hicieron los santos. La primera lectura de hoy nos presenta el caso de Jeremías, anticipo de la figura de Jesús, perseguido y maltratado por su fidelidad a Dios.
Estemos pues preparados, porque ya desde ahora se nos proponen estilos de vida, opciones de conducta contrarias a Dios y a su voluntad. Se nos propone vivir sin Dios, olvidados de Dios o peor, que nos hagamos un dios, un ídolo mental, a nuestro gusto y medida. Mantengámonos firmes en la fe; el Señor nos dará su fuerza.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán