
La semana pasada se leyó en las misas el relato de cómo Jesús alimentó a una multitud con exiguos recursos humanos. Algunos dicen que no fue Jesús quien multiplicó los panes, sino que él motivó a la multitud para que compartiera las provisiones que había traído. Pero esta explicación no tiene sentido. Si todos carecían de provisiones, no tenían nada que compartir y este parece ser el caso, pues Jesús plantea la pregunta de cómo comprar pan para todos. Si todos tenían lo suficiente para comer, no había necesidad de compartir, a no ser que fuera por cortesía: tú pruebas lo mío y yo pruebo lo tuyo. Y si solo algunos llevaban más comida de la que necesitaban para sí mismos, ¿cómo es que solo encontraron a un muchacho que tenía cinco panes y dos pescados? ¿Y de salieron dónde doce canastos de sobras? La explicación racionalista del milagro saca a Dios y a su poder del relato, cuando precisamente el relato quiere mostrar que sólo Dios es el que cuenta: Jesús quiso mostrar que los recursos y las soluciones humanas no son suficientes para saciar el hambre más profunda del hombre. Cuando Jesús le plantea a Felipe la pregunta de cómo o dónde comprar pan para alimentar a la muchedumbre, una solución humana, Felipe le responde que ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan, y mucho menos para que quedaran doce canastos de sobras. No, el mensaje de Jesús es que no hay recurso humano adecuado para satisfacer las necesidades más determinantes del hombre. Jesús es quien ha traído la respuesta de parte de Dios.
La enseñanza que hoy nos transmite la palabra de Dios ya se expresa de manera incipiente en el relato del don del maná. La gente murmura contra Moisés y Aarón. Los israelitas dicen que Moisés los ha sacado de Egipto para que mueran en el desierto. En Egipto quizá habría comida, pero no libertad ni posibilidad de dar culto al verdadero Dios. Ahora en el desierto no hay modo conocido por el hombre para obtener alimento para la multitud que ha salido de Egipto. Los israelitas no comprenden que es Dios quien los ha sacado de Egipto; piensan que es una idea de Moisés y de Aarón. Creen que fue una idea descabellada, a la que, entusiasmados, se habían adherido. Pero ahora confrontan la realidad del hambre. No hay comida. Y se quejan. Entonces Dios da una muestra de que la salida de Egipto no ha sido una idea de Moisés y Aarón; Él da una prueba de que no ha abandonado a su pueblo a su suerte. De un modo inimaginable, hace llover un alimento de origen divino. El Señor les dio pan del cielo. A la mañana siguiente había en torno al campamento una capa de rocío que, al evaporarse, dejó el suelo cubierto con una especie de polvo blanco semejante a la escarcha. Y cuando la gente preguntó: ¿Qué es esto? Moisés declaró: Este es el pan que el Señor les da por alimento. Según el relato bíblico ese fue el alimento que los israelitas comieron durante los cuarenta años que duró la prueba del desierto. Era pan para alimentar el cuerpo; pero era un pan de origen divino, dado gratuitamente. Era un pan que ningún hombre podía cultivar o fabricar. Pero era un pan para alimentar esta vida, pues toda aquella generación murió en el desierto. De allí toma punto de partida el discurso de Jesús. ¿Hay acaso un pan para curar de la muerte?
La gente que se había beneficiado de la multiplicación de los panes busca ahora a Jesús en Cafarnaúm. Pero él los invita a mirar más allá de las necesidades de este mundo. Ustedes me andan buscando, no por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. Con esta frase Jesús también haría una crítica a quienes se arriman a la Iglesia por los beneficios materiales o temporales que puedan obtener de ella. Jesús quiere que lo busquemos por lo que Él ha venido a ofrecer. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre. ¿No le importaba a Jesús el hambre corporal de la gente? Sí le importaba, porque alimentó a la multitud y además nos mandó que socorriéramos a quienes tenían necesidades materiales: debemos dar de comer al hambriento, de beber al sediento, acoger al migrante, vestir al desnudo, atender al enfermo. Pero a esos hambrientos, sedientos, migrantes, desnudos y enfermos Jesús les dice que hay otras necesidades más acuciantes e importantes de las que deben tomar conciencia para quedar verdaderamente saciados y satisfechos. Está bien que el cristiano ayude a su prójimo en sus carencias materiales; está mal que esa persona indigente piense que la comida y la salud son lo único que necesita para ser feliz. Por eso Jesús invita a esos que ha alimentado con pan material para que miren ese otro pan que todavía no conocen. Por eso nuestra caridad y programas de promoción humana están incompletos cuando se circunscriben a solucionar necesidades materiales, sin invitar a quienes así se benefician a que descubran que hay otras necesidades superiores. No se trata de conseguir adeptos con soborno; se trata de ayudar a quienes piensan solo en las cosas de este mundo a mirar hacia Dios.
Como Jesús le ha dicho a la gente que no trabajen por ese alimento que se acaba, ellos le preguntan ¿qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios? Es decir, ¿qué debemos hacer entonces para obtener ese otro pan? Jesús ofrece su respuesta: La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado. La profunda necesidad humana de perdón y de vida eterna se obtiene por medio de la fe en Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. La gente cuestiona esa respuesta. ¿Por qué hemos de poner la fe en ti, qué has hecho para que creamos en ti? Moisés era digno de crédito pues alimentó a los israelitas con pan del cielo. Atribuyen a Moisés lo que había hecho Dios. Pero Jesús no se inmuta. En realidad, aquel pan del desierto era pan del cielo solo en parte, pues no daba inmortalidad, pero ahora el Padre les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo. La respuesta de la gente no se deja esperar: Danos siempre de ese pan. Y Jesús se manifiesta: Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed. Yo soy el pan que se come, no con la boca, sino con el asentimiento de la razón y de la voluntad por medio de la fe. Que nosotros también entonces reconozcamos nuestra indigencia y busquemos en Jesús al único pan de vida, de vida con Dios para siempre.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán