La lectura evangélica de hoy contiene tres parábolas de Jesús. Las dos primeras, la de tesoro escondido y la del mercader en perlas finas se complementan entre sí. En la primera parábola el énfasis se pone en el tesoro. El reino de los cielos se parece al tesoro escondido; en la segunda parábola el énfasis se pone en el buscador de perlas. El reino de los cielos se parece al comerciante en perlas finas. Jesucristo compara el reino de los cielos con un tesoro, es decir, con algo deseable, valioso, precioso. Es algo que llena el deseo, que colma el anhelo de quien lo encuentra. El que lo encuentra se llena de alegría y esconde de nuevo el tesoro en el campo, luego vende todas sus demás posesiones para adquirir el campo y así tener derecho a llamar suyo el tesoro encontrado, que es más valioso que todo lo que tenía antes y que vendió para adquirir el campo. Jesús destaca la alegría que llenó el corazón del hombre al encontrar el tesoro; no andaba buscando tesoros, pero cuando lo encontró se llenó de alegría. Por lo tanto, Jesús enseña que el reino de los cielos es algo deseable, valioso, que llenará a quien lo descubra de tal alegría que se despojará de todo con tal de llegar a poseerlo. En la parábola el afortunado protagonista vende sus demás posesiones; Jesús enseña que quien descubre la belleza y valor del reino de los cielos, quedarán tan lleno de alegría, que prescindirá de todo lo que le impida poseerlo en plenitud.
¿Qué es ese reino de los cielos tan valioso? Es el mismo Dios, cuya presencia ilumina, cuya belleza atrae, cuya plenitud alegra. El gran padre de la Iglesia san Agustín de Hipona escribió una vez una oración proverbial: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti”. Vamos por este mundo en búsqueda de la felicidad, de la plenitud, de la alegría. Y la buscamos en lugares y en cosas que al cabo no nos satisfacen. Hay muchos que se quedan atrapados en esas alegrías a medias, en esas felicidades fugaces y no pasan de allí. Pero hay personas que logran descubrir a Dios, a Jesucristo, a su evangelio, y encuentran en ellos el sentido de su vida, la luz de su alma, la alegría de su corazón. Ellos encontraron el tesoro; y muchas veces prescinden de otras cosas en las que buscaban el sentido de su vida para dedicarse solo a Dios.
La segunda parábola pone la atención en el comerciante. Es un hombre que anda buscando la perla de sus sueños. En esta parábola Jesús nos enseña que todos nosotros somos buscadores del reino de Dios. Todos nosotros, como el comerciante, andamos por el mundo buscando. ¿Qué buscamos? Sentido de vida, alegría, felicidad. Buscamos algo por lo que valga la pena vivir. Buscamos una meta por la que valga la pena luchar. Buscamos que nuestra vida tenga sentido y valor. Es decir, buscamos la salvación. Porque efectivamente, cuando nacemos, los humanos somos como una pregunta sin respuesta a la mano. Vivimos ocupados, entretenidos, distraídos en tantas cosas que muchas veces ni nos damos cuenta de la pregunta que busca respuesta desde nuestro interior. Hace falta un poco de silencio y de escucha al corazón para oír la voz de la pregunta. A veces alguna crisis en la vida nos pone delante la pregunta que busca respuesta. La que san Agustín llamaba “la inquietud del corazón”. Y no es que no haya respuesta, es que tenemos que encontrarla, porque está a disposición. Es Dios, es Jesús, es su evangelio. Esta parábola no habla de la alegría del comerciante cuando encuentra la perla de sus sueños, pero podemos suponerla. Entonces como el que halló el tesoro escondido, este comerciante también va y vende todo cuanto tiene, se desprende de todas las cosas en las que creía encontrar la respuesta a su pregunta interior, para adquirir la perla preciosa que es Dios, es Jesús, es su evangelio.
Para acompañar este evangelio, la Iglesia nos propone el relato del sueño de Salomón. Dios le propone que pida lo que quiera. Salomón no pide ni poder, ni riquezas, ni larga vida, ni la muerte de sus enemigos, ni la fama, ni tantas otras cosas que consideramos que darán sentido y contenido a nuestra vida. Salomón pidió sabiduría de corazón para saber gobernar y saber distinguir el bien del mal. Dios lo alabó por haber elegido bien, pues al pedir sabiduría pedía un don que solo viene de Dios.
La tercera parábola del evangelio de hoy trata de otro asunto. Es el mismo que ya vimos el domingo pasado en la parábola de la cizaña en el campo. Jesús dice que el reino de los cielos se parece a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando los pescadores sacan la red a la playa, se dan cuenta de que han atrapado peces comestibles y peces no comestibles, peces buenos y peces malos. Entonces deben hacer la selección y separar unos de otros, los buenos para venderlos en el mercado y los malos para tirarlos de nuevo al mar. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles y separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será llanto y la desesperación. ¿Dónde está la comparación? ¿A qué se parece el reino de los cielos, a la red que recoge peces comestibles y peces indigestos o se parece a lo que hacen los pescadores al final del día que separan unos de otros? Creo que la comparación de Jesús se refiere a esto último. En este mundo, en la humanidad, hay personas que responden a la propuesta de Dios y de Jesucristo para vivir de acuerdo con el evangelio. Hay otras que viven al margen de toda referencia a Dios y de todo criterio ético para actuar de manera constructiva. A Dios no le da lo mismo bien que mal, verdad que mentira, justicia o abuso. Dios sabe distinguir. El reino de los cielos es también juicio. El reino de Dios se realiza cuando Dios pone en evidencia a la luz de su verdad a las personas que fracasaron y malograron su vida, porque, conocieron el evangelio y a Jesús y los despreciaron. Pero el reino de Dios también se realiza cuando Dios ejerce el juicio que pone en evidencia a la luz de su verdad a las personas que también conocieron el evangelio y a Jesús y lo asumieron como criterio y maestro de vida y así lograron su vida ante Dios.
Concluye Jesús con una pregunta: ¿entendieron todo esto? Y los discípulos le contestaron que sí. Que sepamos escuchar las preguntas que buscan sentido desde lo profundo de nuestro interior. Que también nosotros entendamos y pongamos en práctica el evangelio. En él se dirime el éxito o fracaso de nuestra vida según Dios.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán