La liturgia de la Palabra ha comenzado hoy con una lectura bellísima del libro de la Sabiduría en la que, en una oración dirigida directamente a Dios, reflexiona sobre las cualidades que Dios tiene y que en Él se dan juntas, pero que nosotros tendemos a separar como si fueran contrapuestas. Primero, el autor se admira cómo se combinan en Dios el poder, la justicia y la misericordia. Mientras que en los humanos el poder puede ser fuente de arbitrariedades e injusticias, en Dios su poder es el fundamento de la justicia hasta el punto de que no hay nadie a quien tengas que rendirle cuentas de la justicia de tus sentencias. Puesto que el poder de Dios es su santidad, sus acciones crean el orden justo que tiene su origen en Él mismo. Además, en Dios la justicia está unida también a la misericordia, pues por ser Dios el Señor de todos, eres misericordioso con todos. Entre los humanos, el que está por encima de todos tiende a ser déspota abusador y opresor. Dios no. Él es misericordioso.
Luego continúa. Tú muestras tu fuerza a los que dudan de tu poder soberano. Es decir, solo cuando el hombre pretende igualársele, despliega Dios su fuerza y su poder para derrotar el orgullo humano. Siendo tú el dueño de la fuerza, juzgas con misericordia y nos gobiernas con delicadeza, porque tienes el poder y lo usas cuando quieres. A diferencia de lo que ocurre en el ámbito humano, Dios no necesita demostrar continuamente que Él detenta el poder, y por eso mismo se puede conceder la libertad de mostrarse misericordioso con los humanos. Así también nos da ejemplo para que también entre nosotros, quien se considera justo actúe con misericordia en relación con su prójimo; has enseñado a tu pueblo que el justo debe ser humano. Y esa manera benigna que usa Dios para guiarnos nos llena de esperanza ya que al pecador le das tiempo para que se arrepienta.
Jesús ilustra esta manera de ser de Dios por medio de la parábola de la cizaña en el campo. Esta parábola nos ayuda a rectificar concepciones sesgadas que tenemos acerca de Dios. El atributo principal del Dios bíblico es su misericordia. Pero eso no impide que también se hable de su juicio sobre justos e injustos e incluso de su ira frente a los soberbios y perversos. Él ejerce el juicio a través de Jesucristo, que premia a los que son idóneos y deja en las tinieblas de la frustración a quienes no supieron actuar con rectitud. En la predicación católica se corre el peligro de hacer de Dios un mequetrefe que por misericordia todo lo tolera, todo lo perdona, todo lo pasa por alto. Pero un Dios incapaz de distinguir el bien del mal; un Dios que alienta al pecador a seguir pecando porque se han suprimido los criterios de rectitud; un Dios que no establece criterios objetivos para distinguir el bien del mal y deja todo a la subjetividad de cada persona es un Dios paladín de la impunidad universal que la establece como fundamento del orden social.
Jesús contó muchas parábolas en las que aborda el tema del mal moral en el mundo. Una de las más conocidas es la parábola de la cizaña en el campo. La expresión “meter cizaña” es de uso común y significa incordiar, trastornar una realidad buena con un influjo destructor. Acabamos de escuchar la parábola. Cuenta la historia de un agricultor que sembró buena semilla en su campo; pero un enemigo suyo, a escondidas, regó también semilla de maleza, la cizaña. De modo que cuando el grano bueno germinó también lo hizo la cizaña. Los trabajadores del agricultor querían arrancar la cizaña del campo, pero no los dejó, pues quizá arrancarían también el buen grano. Pero al tiempo de la cosecha, el agricultor ordenó a sus trabajadores que separaran unos de otros y que guardaran el grano y quemaran la mala hierba. Y la parábola da a entender que había cizaña.
Por supuesto que ningún buen agricultor procede de ese modo; la maleza se arranca cuanto antes. En las parábolas, el personaje con conduta ilógica usualmente representa a Dios, cuya conducta supera las expectativas humanas. Jesús explica: El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo y los segadores son los ángeles. Con la parábola, Jesús confirma el hecho de que en el mundo hay gente que hace daño, que destruye la sociedad con sus acciones violentas, corruptas, engañosas, injustas y prepotentes. Pero Dios no procede a arrancar a los malvados de este mundo de inmediato. Quien hoy parece cizaña quizá más tarde muestre ser buen trigo. Como decía el libro de la Sabiduría: al pecador le das tiempo para que se arrepienta. Los humanos no estamos programados para ser buenos o malos, sino que somos libres, y si hoy nuestras acciones son destructivas, mañana nos podemos convertir y comenzar a comportarnos de modo constructivo o al revés. El tiempo presente la misericordia de Dios se manifiesta como paciencia que da largas al pecador para que se convierta. Pero al final de la historia, y en realidad, al final de la vida de cada persona, la misericordia de Dios toma la forma de juicio que pone de manifiesto a la luz de su verdad, si cada uno de nosotros logró construir su vida en el bien o frustrarla en la maldad. Entonces la misericordia de Dios se manifestará como ira que confirma al pecador en la frustración de su perversión y como justicia que reconoce en los santos la obra de su gracia. Jesucristo habla del horno encendido como destino de los malvados, pero esa es una imagen para causar estupor. El fracaso de una vida frustrada por la perversidad es una posibilidad real, que Dios sanciona como fundamento de la justicia que rige el orden moral. Ni la Biblia ni la Iglesia identifican quiénes han tenido ese desenlace en su vida, pero la Escritura asegura que los hay.
La misericordia de Dios se manifiesta en que envió a su Hijo Jesucristo a este mundo para el perdón de nuestros pecados y para abrirnos el camino hacia su plenitud. Se hace patente cuando Dios ofrece el perdón de antemano como motivación para que el pecador se arrepienta. Se muestra paciente cuando nos da largas a pesar de nuestra reincidencia en el mal. Pero es blasfemo pensar que la misericordia de Dios llega hasta el punto de llamar bien al mal y considerar sin importancia su diferencia. Es indigno de Dios pensar que su justicia es una pantomima que no se toma en serio ni su santidad ni nuestra libertad.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán
.