Domingo XV

Acabamos de escuchar un pasaje evangélico insólitamente largo.  Jesús está en Cafarnaúm, en su casa, sale a la orilla del mar de Galilea.  Se reúne una multitud, de modo que él sube a una barca para hablarle más cómodamente a la gente que permanece en la orilla.  Las primeras palabras de Jesús cuentan la historia de un sembrador, al parecer poco diestro, que pierde su semilla al dejar que caiga en terrenos poco fecundos.  A continuación, los discípulos se le acercan.  No queda claro si ya estaban con él en la barca o entonces suben a la barca.  Por un momento, Jesús parece olvidarse de la gente que está en la orilla del lago, pues ahora habla a sus discípulos.  Ellos le cuestionan el uso de parábolas para enseñar a la gente.  Jesús hace unas declaraciones acerca de los que entienden y de los que no entienden las parábolas.  Finalmente, explica la parábola del sembrador.  Presta atención sobre todo al significado de los terrenos sobre los que cayó la semilla.  El pasaje es una especie de resumen profético de cómo ve Jesús el resultado de su propio ministerio.

La parábola cuenta la historia de un sembrador artesanal, que siembra trigo y por eso siembra al voleo, es decir, tirando la semilla sobre el terreno en vez de cavar un hoyo para depositarla.  Pero a diferencia de los sembradores en la vida real, que cuidan la semilla y se aseguran de que caiga en tierra fértil y abonada, este sembrador parece descuidado, de modo que parte de su semilla cae sobre el camino y se la comen los pájaros, otra parte cae sobre terreno pedregoso o incluso entre la maleza y en ambos casos, aunque la semilla germina, se seca o se asfixia y muere.  Solo una parte de la semilla cae sobre tierra fecunda, pero incluso allí, el rendimiento de la semilla no es parejo.  Unas semillas se transforman en espigas con cien granos de trigo, otras semillas se transforman en espigas con sesenta granos y otras semillas dan espigas escuálidas de apenas treinta granos. 

¿Qué significa este cuento?  Al final del pasaje, Jesús explica algunas cosas, pero otras no.  Jesús explica que la semilla es la palabra del reino.  A partir de ese dato uno puede deducir que el sembrador debe ser él mismo, Jesús, pues él ha venido a anunciar y proclamar la llegada del reino de Dios.  Y como también explica Jesús que los diversos terrenos sobre los que cayó la semilla representan las diversas actitudes y disposiciones de los oyentes que los hacen más o menos receptivos a la palabra, también puede uno deducir que esa aparente indolencia del sembrador que tira la semilla sin fijarse dónde caerá representa la actitud misma de Jesús que anuncia su evangelio a todos, sabiendo bien, que no todos lo van a recibir y acoger del mismo modo.  El despilfarro de semilla que caracteriza al sembrador simboliza el despilfarro de amor con que Jesucristo anuncia su gracia y su salvación.  Se puede deducir que Jesús no predica a los que sabe de antemano que le van a escuchar.  Jesús anuncia la palabra del reino a todos sin distinción.  La palabra del evangelio de la salvación se ofrece a todos, a sabiendas de que no todos la recibirán con igual convicción y de que no en todos tendrá el mismo efecto.  Así como fue la predicación de Jesús, así es la de la Iglesia.  La palabra se anuncia aquí a ustedes que están presentes y a los que escuchan por los medios.  Pero hoy Dios se servirá de mis palabras para tocarle el corazón solo a algunos de ustedes; a otros, el evangelio los dejará indiferentes.

Jesús identifica cuatro tipos de oyentes.  Examinémonos para ver qué clase de terreno somos.  En primer lugar, están los oyentes en resistencia.  Oyen, pero no escuchan; escuchan, pero no se dejan cuestionar.  Escuchan, porque vinieron a la iglesia por compromiso familiar o social.  No les interesa ni Dios, ni la Iglesia ni la religión.  Hay muchas personas así en nuestra sociedad.  La palabra de Dios les llega, pero no les afecta.  Les llega el diablo y le arrebata los sembrado en su corazón, dice Jesús.

Luego están los del terreno pedregoso y los del matorral.  Se parecen en que ambos escuchan con interés la predicación, se dejan cuestionar, pero no perseveran.  A unos los espanta el hecho de que por ser cristianos tengan que soportar burla, persecución, exclusión social.  Apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe.  A otros los ahuyenta el hecho de que para progresar en el seguimiento de Jesús deban dejar pasiones, estilos de vida, seguridades en las que confían.  Renunciar a gustos tangibles por bienes futuros y espirituales es un riesgo que no están dispuestos a correr.  Las preocupaciones de la vida, la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.

Finalmente, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros el sesenta y otros, el treinta.  Esos son los que acogen el evangelio, se convierten a Dios y comienzan a vivir como discípulos de Jesús.  Pero hay diferencias en la calidad de la respuesta.  Hay diferencias en el grado del compromiso y en el grado de la santidad; en el grado de la caridad y en el grado de la obediencia a Dios.  Y no hay por qué escandalizarse de que no todos seamos igualmente santos.  Jesús no parece censurar a los que dan sesenta o treinta.  Demos pues el fruto que corresponda al don de Dios que hemos recibido.

¿A qué se deben estas diferencias?  Jesús da una respuesta enigmática.  Al que tiene se le dará más y nadará en abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará.  Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.  Es posible que la hora de la conversión no llegue a todos en el mismo lugar y al mismo tiempo.  Los tiempos de Dios son inescrutables.  Por otra parte, es un hecho que hay personas resistentes a Dios y al evangelio; también hay otros que comienzan y no terminan.  El juicio sobre esas actitudes hay que dejárselo a Dios.  Pero también hay que saber que quien hoy parece camino puede ser mañana tierra buena bajo la acción de Dios.  No hay que perder la esperanza.  Pero nosotros, que pensamos haber escuchado y acogido la palabra de Dios debemos agradecer y valorar la salvación en que estamos y pedir por nuestra perseverancia en ella:  Dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen.  Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron. Demos gracias a Dios por la fe que hemos recibido.

+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán