Este domingo nos han tocado dos lecturas larguísimas, la segunda y el evangelio. Además, este es uno de esos domingos en que por casualidad la segunda lectura propone un tema complementario al del evangelio. Comencemos nuestra reflexión por la tercera lectura. Allí se recogen enseñanzas de Jesús en torno a su venida futura y el juicio que esa venida implica y cómo debemos prepararnos someter nuestra vida al juicio de Dios. Esta es una enseñanza de primera importancia para un correcto planteamiento de nuestra vida cristiana. Vivimos el presente con la mirada puesta en el juicio divino, nuestra salvación.
La convicción cristiana básica es que hemos recibido la vida de parte de Dios. Nos la dio, no para que la arruinemos, sino para que la llevemos a plenitud en Él, pues Él quiere compartir su gloria y felicidad con nosotros. Por eso nos exige que vivamos con responsabilidad, de manera constructiva. Por eso somos responsables de nuestros actos ante Él. El juicio al que debemos someternos al final de nuestra vida no es otra cosa que someternos a la luz de la verdad de Dios. ¿Hemos vivido de manera auténtica? ¿Hemos construido la verdad en nuestra vida? El juicio de Dios sobre nosotros no es una sentencia externa, como un juez de este mundo; más bien, a la luz de la verdad de Dios y del evangelio, nosotros mismos compartimos el juicio de Dios sobre nosotros; es nuestro juicio tanto como el de Dios. Si desde ahora vivimos con responsabilidad, sin duplicidad, con honestidad, podremos presentarnos ahora y al final de nuestra vida con confianza ante Dios. Veamos ahora cómo enseña Jesús estas cosas en el evangelio de hoy. Nuestra conciencia se abre a la verdad de Dios y tiene en Dios, su ley moral y su evangelio un referente objetivo.
Jesús comienza con una invitación a la confianza. No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Es decir, aquí se expresa la voluntad de Dios de compartir su gloria y felicidad con nosotros. Para esos existimos, para eso vivimos, para eso fuimos creados. Por lo tanto, debemos ajustar nuestro deseo a esa voluntad salvadora de Dios. Acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Acumulamos un tesoro en el cielo cuando aquí en la tierra vivimos con honestidad y transparencia, con verdad y autenticidad, con sentido ético y de modo constructivo. A través de acciones con esa calidad edificamos y desarrollamos nuestra propia vida del modo que a Dios le agrada y así acumulamos tesoros en el cielo. La complacencia y aprobación de Dios con cada uno de nosotros es el tesoro que acumulamos en el cielo.
Nuestra vida en este mundo termina con la muerte; ese es el momento en que se completa el plazo que cada uno de nosotros recibió. Es el momento en que se realiza el juicio de Dios. A la luz de la verdad de Dios, ¿cómo fue nuestra vida? ¿Qué sentido tuvo? ¿Cómo la vivimos? No es tanto Dios o Jesucristo quien nos juzgará desde fuera, sino que nuestra propia mente quedará iluminada con la verdad de Dios y del Evangelio de Jesucristo y nosotros mismos podremos contrastar nuestra vida con esa verdad de Dios y ese Evangelio, y del contraste saldrá de nosotros mismos el juicio de aprobación y reprobación. Ese futuro juicio incide sobre nuestro presente. Por eso Jesús exhorta: Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Es decir, actúen siempre, desde ahora con responsabilidad. Y Jesús cuenta la parábola de los criados que esperan que su patrón regrese tras una ausencia prolongada. Si actuaron con responsabilidad durante la ausencia del patrón, no importa a qué hora llegue de vuelta, podrán rendirle cuentas. De igual modo no sabemos cuál es el momento de nuestra muerte, cuando se realizará el juicio de Dios. Por eso debemos estar siempre en vela, es decir, actuar de modo constructivo y responsable.
El día en que deberemos dar cuenta de nuestra vida a Dios es impredecible. El día en que Jesucristo vendrá para juzgar a la humanidad es desconocido. Por eso debemos estar siempre listos: También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre. Este Hijo del hombre es Jesucristo. Ser creyentes significa tomarlo como medida y referente de nuestra vida ahora. Desconocemos el cuándo, pero sabemos que el juicio será la realización de su salvación en nosotros. Estamos avisados. A eso se refiere la primera lectura de hoy: La noche de la liberación pascual fue anunciada con anterioridad a nuestros padres, para que se confortaran al reconocer la firmeza de las promesas en que habían creído. Tengamos la certeza de que nuestra futura salvación es segura, si desde ahora vivimos conforme a la esperanza que nos anima.
La segunda lectura nos instruye en este punto. La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Y el autor hace el recuento de cómo los antiguos santos vivieron con la mirada puesta en el futuro de salvación que Dios les había prometido. Ellos esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por eso vivieron con perseverancia en medio de las adversidades, con tesón en medio de las seducciones, con fidelidad en medio de los engaños. Todos ellos murieron firmes en la fe. No alcanzaron los bienes prometidos, porque aún no había venido Cristo y tuvieron que esperar su venida para lograrlo, pero los vieron y los saludaron con gozo desde lejos. Y ellos nos dan ejemplo, porque, aunque nuestra salvación ya ha comenzado, la plenitud es una promesa futura.
Pedro pregunta a Jesús si esta advertencia es para ellos, los apóstoles, o para todos sus discípulos. ¿Dices esta parábola solo por nosotros o por todos? Jesús le responde que es para todos, pero que a cada uno se le pedirá cuentas según las responsabilidades que se les han dado. Por lo tanto, los apóstoles, y nosotros obispos y sacerdotes en la Iglesia, y añadiría que todas las personas con responsabilidad y autoridad en la sociedad, somos doblemente responsables ante el Señor. Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más. Oremos, pues, unos por otros. Ayudémonos unos a otros a llevar cada uno nuestra carga y nuestra responsabilidad. La responsabilidad es personal, pero nos podemos ayudar unos a otros para poderla cumplir y realizar con mayor transparencia ante Dios.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán