Domingo VI

El pasaje evangélico que acabamos de escuchar es parte de la enseñanza de Jesús a sus discípulos que conocemos con el nombre de sermón de la montaña.  En el pasaje Jesús comenta e interpreta los Diez Mandamientos.  No los comenta todos, sino algunos; especialmente los que tienen que ver con nuestra relación con el prójimo y los que se enuncian como una prohibición: no matarás; no cometerás adulterio; no jurarás en falso.  Este comentario de Jesús a los Diez Mandamientos comienza con una advertencia:  Su interpretación no debe entenderse como una sustitución del Antiguo Testamento o como una pérdida de vigencia de los libros de Moisés y de los profetas y los salmos.  Él es más bien el cumplimiento de la promesa que esos libros expresan.  Lo dice de muchas maneras.

No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud.  Estas palabras significan que él no viene a fundar una nueva religión, sino a completar y a dar plenitud a la religión de Israel.  Él viene a cumplir la promesa de salvación, la promesa de un Mesías, contenida en el Antiguo Testamento.  Él no ha venido a desechar el Antiguo Testamento, sino a mostrar su significado pleno.  También se pueden entender las palabras de Jesús de esta otra manera.  Es verdad que la salvación es gracia y favor de la misericordia de Dios.  Pero eso no significa que quienes han obtenido la salvación no le deban agradecimiento a Dios a través de la obediencia a su voluntad como está expresada en los Diez Mandamientos.  Yo les aseguro, añade Jesús, que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.  Por eso el que cumpla los mandamientos y los enseñe, será grande en el reino de los cielos.

Pero añade una advertencia:  Les aseguro que, si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el reino de los cielos.  Es decir, si ustedes cumplen los mandamientos y acatan la voluntad de Dios de modo tan mezquino como lo hacen los escribas y fariseos, no agradarán a Dios, no son parte de su reino.  ¿Qué es lo que tiene en mente Jesús?  A partir de lo que dice sobre el juramento, podemos comprender mejor su enseñanza.  Comencemos entonces por ese versículo.

Han oído ustedes que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso y le cumplirás al Señor lo que le hayas prometido con juramento”.  Pero yo les digo: No juren de ninguna manera.  Digan simplemente sí, cuando es sí, y no, cuando es no.  Jesús también podría haber citado el octavo mandamiento:  No darás falso testimonio en el tribunal.  El mandamiento prohíbe jurar en falso o mentir bajo juramento.  En sentido estricto, el mandamiento se quebranta solo cuando se jura mintiendo, cuando se miente en el tribunal.  En sentido estricto, si mientes, pero no juras o si mientes fuera del tribunal, parece que no quebrantas la ley de Dios.  Pero eso es cumplir la ley al mínimo.  El mandamiento alcanza su plenitud cuando lo entendemos en positivo:  Di siempre la verdad de modo que no sea necesario jurar ni por Dios ni por ninguna otra cosa.  Que tu sí sea siempre sí, y que tu no sea siempre no.  Con verdad y sinceridad.  El discípulo cumple la justicia mayor cuando en su conducta no se queda con lo mínimo prohibido, sino que busca lo máximo implícito en el mandamiento.  Si leemos el comentario de Jesús, veremos que eso es lo que enseña. 

Por ejemplo, Jesús comenta primero el mandamiento que dice no matarás.  Estrictamente cumples el mandamiento si maltratas, si golpeas, si insultas a tu prójimo, pero no lo matas.  Eso es quedarse con la letra y con lo mínimo exigido.  Pero dale la vuelta al mandamiento y verás que significa otra cosa.  En vez de no matarás, entiende que el mandamiento te dice:  respeta la vida y la dignidad de tu prójimo.  Entonces se comprende que Jesús enseñe:  Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar del castigo. 

Si tomamos a la letra los mandamientos que se expresan como prohibiciones, nos quedamos con el extremo mínimo; pero si les damos la vuelta, se ve toda la santidad y justicia que Dios espera de sus hijos.  Jesús comenta otro mandamiento en negativo:  No cometerás adulterio.  ¿Cómo sería en positivo?  Se puede entender de dos maneras.  “Guarda la fidelidad a tu cónyuge; protege tu familia; ama a tus hijos”.  Otro modo de entenderlo sería: “Gobierna tu sexualidad, sé casto, consérvate íntegro”.  Entonces se entiende el comentario de Jesús:  Yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón.  Por eso también Jesús corrige aquí el permiso de divorcio contenido en la ley de Moisés.  La posibilidad del divorcio es una puerta de escape para no tomarse el matrimonio en serio.  Si no funciona nuestro matrimonio, nos divorciamos, dicen algunos al casarse en falso.  Dos novios cristianos deben más bien decir:  el matrimonio es cosa santa y seria; no podemos casarnos a lo loco y a la ligera; esto es un compromiso mutuo de por vida y tenemos que prepararnos para hacerlo funcionar.

Aunque Jesús no los comenta, podemos comentar los otros mandamientos de la misma manera.  No robarás.  Si le damos la vuelta a ese mandamiento habría que expresarlo así: “Trabaja para ganar el pan de cada día; respeta los bienes que los demás han adquirido con esfuerzo como quieres que respeten los tuyos”.  Otro mandamiento, parecido a este dice: No codiciarás los bienes ajenos.  Si le damos la vuelta al mandamiento tendríamos este otro: “Sé generoso con lo mucho o poco que tengas.  Aprende a dar de tus cosas, de tu tiempo y de ti mismo a los demás.”  Ama a tu prójimo como a ti mismo. 

En los Diez Mandamientos hay tres que están en positivo:  Amarás al Dios sobre todas las cosas; santificarás las fiestas; honra a tu padre y a tu madre.  En esos mandamientos no hay mínimos, sino solo máximos.  Honrar al padre y a la madre implica no solo cuidar de los propios padres ancianos y hacerse responsable de ellos; sino asumir las responsabilidades en la propia comunidad como ciudadanos que somos.  Amar a Dios y santificar las fiestas significa hacer de múltiples maneras tiempo y espacio para Dios en nuestras vidas para que se vea que Dios es nuestra alegría, nuestra meta y nuestro bien.

+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán