La Iglesia nos propone año tras año para este domingo las mismas lecturas. Para la solemne bendición de las palmas leemos siempre el relato de la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén. Para la misa la primera lectura siempre es el cántico de Isaías 50, 4-7, el salmo responsorial es siempre el Salmo 21, la segunda lectura es cada año el himno de Filipenses 2, 6-11 y el evangelio es siempre la lectura de la pasión. Lo único que cambia año tras año es el evangelista del cual se toma el relato de la entrada en Jerusalén y el relato de la pasión. Este año esas dos lecturas se tomaron del evangelio según san Lucas. Eso significa que esas lecturas expresan el sentido teológico y espiritual de este día.
Este domingo lleva el nombre de “Domingo de Ramos de la Pasión del Señor”. La primera parte del nombre, “Domingo de Ramos” alude a la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén. San Lucas dice que la multitud tapizaba el camino con sus mantos. Otros evangelistas dicen que esa multitud además aclamaba a Jesús con ramos de palmas y olivos. Además, gritaba: Bendito el rey que viene en el nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en las alturas. Nosotros, en la bendición de las palmas y la solemne entrada hemos evocado ese momento para unirnos a la multitud antigua y reconocer a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Ese es el primer significado de este domingo: hoy reconocemos a Jesús como nuestro Rey.
Pero ¿qué significa eso? ¿Cómo reina Jesús sobre nosotros? De dos maneras. En primer lugar, cuando lo reconocemos como el referente de nuestra vida, como aquel en quien ponemos nuestra fe porque nos trae el perdón de los pecados y la victoria sobre la muerte. En segundo lugar, cuando dejamos que su ley moral ilumine y guíe nuestra libertad. Y aquí podemos sin duda acusar deficiencias. ¿Podemos decir que Jesús reina sobre nosotros, si contribuimos a la corrupción, a la violencia, a la fragmentación de nuestra sociedad? ¿Podemos proclamar que Jesús reina sobre nosotros, si nuestras familias no funcionan, si la fidelidad conyugal es rara, si la violencia intrafamiliar abunda, si el aborto y el abandono de los hijos es frecuente? ¿Podemos decir que Jesús reina sobre nosotros si contribuimos a crear una sociedad sin oportunidades educativas, sanitarias o laborales? Se suele decir que el pueblo de Jerusalén que aclamó a Jesús el Domingo de Ramos pidió su crucifixión el Viernes Santo. ¿No hacemos nosotros lo mismo si agitamos el domingo las palmas de la fe y el lunes contribuimos a la descomposición social porque no sometemos nuestra conducta personal, profesional y pública a la ley de Cristo?
La segunda parte del nombre de este domingo alude a la “pasión de Cristo”, porque este día escuchamos el relato de la pasión y otras dos lecturas que aluden a ella. En las palabras del profeta Isaías escuchamos las de Jesús. En ellas nos manifiesta su actitud ante su pasión. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos. Jesús, efectivamente, asumió su pasión y muerte de modo libre y voluntario. Siempre supo que su vida acabaría de modo violento. De muchos modos, a lo largo de su vida, Jesús anunció y anticipó su muerte por mano de quienes lo rechazaron y condenaron. Pero su fortaleza le vino de su confianza y entrega a Dios: El Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado. Ante la adversidad suprema de parte de los hombres, Jesús manifestó la confianza suprema en su Padre Dios.
Si esto es así, llama poderosamente la atención, que el salmo responsorial parezca indicar lo contrario: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Es el comienzo del salmo 22, y es el grito que Jesús lanzó desde la cruz. El evangelista Lucas no reporta este grito, sino que dice que Jesús expresó su confianza en Dios con otra frase: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu tomadas del salmo 31,6. En realidad, aunque parezca paradójico, ambas oraciones expresan la misma confianza en Dios. El grito: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? es la oración de uno que está tan hundido en el dolor y la angustia que se siente abandonado de Dios, pero que tiene todavía confianza y esperanza de que ese mismo Dios lo escuche y venga en su auxilio. Señor, auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado. Dios lo escuchó, no evitándole de la muerte, sino librándolo del poder de la muerte por la resurrección.
La segunda lectura es un himno que canta en breves versos el camino de Cristo desde su existencia en la gloria de Dios antes de su encarnación hasta su exaltación a la gloria de Dios después de su muerte en la cruz. Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que asumió la condición humana, en humildad y bajeza. Lo hizo por amor a nosotros, por obediencia al designio de Dios de salvar a la humanidad, para que la gloria y el nombre de Dios fuera conocido por todos. Por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. ¿Quería Dios la muerte de su Hijo de modo que Jesús en obediencia a esa voluntad aceptó morir en la cruz? Si lo planteamos así, pintamos la imagen de un Dios cruel y sin entrañas. Más bien hay que entenderlo de este otro modo, el Hijo de Dios hecho hombre obedeció la voluntad de Dios de traer la salvación a los hombres. La voluntad de Dios no fue que su Hijo encarnado muriera de forma tan cruel, sino que por su misión en la tierra Jesús trajera la salvación a la humanidad. El pecado humano, las condiciones políticas, el rechazo al evangelio de Jesús actuaron en el corazón de aquellos hombres para que decidieran acabar con él. Jesús supo que obedecer a Dios para anunciar el evangelio de la salvación implicaría su muerte en la cruz. Y la asumió con la confianza puesta en Dios. También el Padre sufrió que el precio de su propósito salvador fuera tan alto. Por eso la muerte de Cristo es el símbolo de la inmensidad de su amor por nosotros. Por eso también, cumplida su misión, Dios exaltó a Hijo sobre todas las cosas y le otorgó el nombre de Señor, que está sobre todo nombre, para que todos reconozcan que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre. Ese amor de Dios y Jesucristo, esa obediencia y humildad del Hijo serán el objeto de nuestro agradecimiento en las celebraciones en esta Semana Santa.
+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán