Cuaresma I

La cuaresma es tiempo de gracia y misericordia, que Dios nos concede cada año para prepararnos espiritualmente para celebrar las solemnidades de nuestra salvación en la semana santa.  La cuaresma es un camino hacia la pascua, porque la vida misma es un camino hacia Dios.  La cuaresma inició el miércoles con el rito de las cenizas, que convoca más gente a la iglesia que la solemnidad de la Navidad o de la misma Pascua de Resurrección de la que se supone es el tiempo de preparación.  La ceniza nos trae a la memoria nuestra fugacidad y temporalidad; la ceniza sobre nuestras cabezas es memoria de nuestra propia mortalidad y por eso es también invitación para volverlos hacia Dios, el único que nos puede dar consistencia, sentido y eternidad.

La Iglesia aprovecha los domingos de cuaresma para instruirnos sobre la misericordia de Dios, sobre la identidad y la misión de Jesús y sobre nuestra propia salvación.  El primer domingo de cuaresma siempre se nos propone en el evangelio la escena de las tentaciones que padeció Jesús de parte de Satanás.  Ese relato se sitúa en los evangelios a continuación de la narración del bautismo de Jesús en el Jordán, cuando fue proclamado por Dios como su Hijo.  El diablo pone a prueba a Jesús para ver cómo va a administrar esa identidad, cómo va a utilizar esa identidad: para beneficio propio o como ejercicio de obediencia a Dios su Padre.  En realidad, Jesús estuvo sometido a esas tentaciones a lo largo de toda su vida y no solo en ese momento inicial.  Cuando visitó su aldea de Nazaret al principio de su ministerio, Jesús defraudó a sus paisanos que esperaban de él signos y portentos para demostrar su identidad como Hijo de Dios.  Al final de su vida, uno de los que estaba al pie de la cruz retó a Jesús ya crucificado en ella, a que bajara de allí y demostrara de ese modo que era el Hijo de Dios.  Muchas veces a Jesús le pedían signos, milagros, portentos para demostrar su identidad de enviado de Dios.  Jesús nunca realizó ningún milagro cuando se lo pedían con esa intención.  Hizo sus milagros casi en secreto, ante gente que confiaba y creía en él, que buscaba en él un anticipo de la salvación y no una demostración de su poder y de su divinidad.

El relato de las tentaciones de Jesús, que este año hemos escuchado en la versión de san Lucas, es una especie de resumen por adelantado de todas las pruebas a que se vio sometido a lo largo de su vida.  En todas ellas está en juego solo una cuestión:  cómo utiliza Jesús su identidad de Hijo.  De paso también nos enseña al inicio de la cuaresma cómo debemos vivir nosotros nuestra condición de hijos adoptivos de Dios.

La primera tentación ocurre en el contexto del ayuno que Jesús acaba de completar.  Tiene hambre; una necesidad humana primordial.  El diablo le propone que convierta una piedra en pan para saciar su hambre.  Jesús rechaza la propuesta con una cita de la Escritura:  No solo de pan vive el hombre (Dt 8,3).  Jesús renuncia a utilizar su poder en beneficio propio; muestra que hay una necesidad humana más grave que el alimento o la salud; y así muestra que él ha venido para saciar esa otra hambre de Dios, de perdón y de vida eterna que nace de lo más profundo del ser humano.  Jesús no tiene el poder de Hijo de Dios para satisfacer sus propias necesidades temporales.  Más bien debe realizar su condición de Hijo del Padre Dios por medio de la obediencia a su Palabra.

En la segunda prueba según el relato de san Lucas, el diablo lleva a Jesús a una montaña alta desde la que le puede mostrar los reinos del mundo.  El diablo se presenta, y esto nos debe causar alarma, como aquel a quien le ha sido dado el poder y la gloria de esos reinos; el diablo comparte ese poder con quien se convierta en su aliado.  El diablo le propone a Jesús ser su socio en el ejercicio de ese poder temporal.  Jesús lo rechaza con otra cita bíblica, esta vez, es el primer mandamiento:  Adorarás al Señor tu Dios y a él solo servirás (Dt 6,13).  Aunque la autoridad política en teoría debería estar al servicio del bien común y debería ser una profesión noble y el ejercicio más efectivo de la caridad, de hecho, ese poder se ejerce con mucha frecuencia para beneficio propio en perjuicio del pueblo gobernado, es fuente de corrupción y en consecuencia gestor de pobreza, atropella la justicia:  es un poder demoníaco.  Jesús no se deja seducir por el poder, sino que reconoce solo a Dios y a él se somete en obediencia.

Finalmente, el diablo lleva a Jesús al punto más alto del edificio más alto de Jerusalén: el templo.  Esta vez el diablo hasta hace su propuesta con palabras sagradas tomadas de un salmo.  Quizá piensa ser así más persuasivo.  La propuesta es que Jesús utilice a Dios para engrandecimiento propio.  Jesús debe saltar desde el lugar altísimo en que está y confiar en que Dios vendrá a su rescate para que toque suelo indemne.  Si accede, Jesús habrá hecho del poder de Dios un espectáculo.  Jesús rechaza la tentación con otra cita de la Escritura:  No tentarás al Señor, tu Dios (Dt 6,16).  Es decir, no harás de Dios tu servidor; no tratarás de utilizar su poder para tu beneficio y tu propia gloria.  Uno piensa en aquellos que de tantos modos pretenden hacer de la religión un espectáculo:  los cultos donde se hacen milagros en serie; las romerías y peregrinaciones cuya única motivación es el beneficio de algún portento.  Aquí conviene recordar lo que nos decía Jesús el miércoles de ceniza:  Evita hacer de tu limosna, de tu ayuno, de tu oración un espectáculo para que la gente te vea.  Realiza tus obras de piedad en secreto y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.  Jesús se sometió a Dios, sin pretender nunca someter a Dios a su necesidad.

Este es el tiempo de la salvación.  Es el tiempo de pedir a Dios que nos aumente la fe, que incremente la caridad, que nos ayude a crecer en la fidelidad a Él.  Hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación.  Pero no solo con la boca.  Es verdad que primero está la fe en el corazón.  Allí con la fe y el bautismo, con la fe y la confesión, se inicial la salvación.  Pero esa fe creída en el corazón debe encontrar expresión en la vida, ciertamente en las palabras que profiere nuestra boca, pero también en el crecimiento en espiritualidad y caridad constante, en la fidelidad al Dios de la vida.  Que el Señor nos conceda una fructífera cuaresma.

+ Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán