Adviento IV

Uno de los signos portentosos que marcan la concepción de Jesús es la maternidad virginal de su madre.  Tanto en evangelio según san Mateo como el evangelio según san Lucas subrayan la naturaleza sobrenatural de la concepción de Jesús.  Aunque María estaba comprometida en matrimonio con un hombre de la casa de David, ella concibió a Jesús por la acción del Espíritu Santo en ella antes de que se iniciara la convivencia.  Los relatos de ambos evangelistas difieren en muchos puntos, pero concuerdan en este.   

El relato de Mateo que hemos escuchado hoy deja preguntas en el aire.  Mateo simplemente afirma que antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo.  Si solo tuviéramos ese evangelio, nos preguntaríamos: ¿cómo se enteró María de que estaba encinta por obra del Espíritu Santo?  A esa pregunta responde Lucas con el diálogo entre el ángel Gabriel y la joven María.  Otra pregunta: ¿cómo se enteró José de que María estaba esperando un hijo?  Ninguno de los dos evangelistas lo explica.  ¿Se lo dijo María?  Uno debe suponer que entre novios tan santos no habría secretos; María le habría contado que estaba embarazada por la acción de Dios en ella.  Entonces la resolución de José de dejar a su esposa sería por respeto y temor a Dios, no por sospechas indignas de él y de María.  José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.  José quizá no tendría claro cuál sería su papel en este acontecimiento.  No podía denunciarla por infidelidad, pues sabía que el embarazo era cosa de Dios.  Él era un hombre justo.  Así que lo mejor sería dejarla en secreto.  Esta, me parece, es la reconstrucción de los hechos más respetuosa con los personajes, aunque debo reconocer que es una reconstrucción en base a suposiciones, pues los evangelistas no nos dan la información que nuestra curiosidad anda buscando. 

Pero ¿por qué debía ser concebido Jesús por obra del Espíritu Santo y no por la relación íntima entre María y José?  Al responder a esta pregunta, entramos de lleno en los insondables caminos de Dios.  En primer lugar, la concepción virginal de Jesús muestra la total soberanía de Dios.  El Hijo de Dios se hizo hombre cuando Dios así lo dispuso, en la mujer que Él eligió, en el lugar donde Él quiso.  Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su propio Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo el dominio de la ley (Gal 4,4).  En segundo lugar, la concepción virginal de Jesús apunta a su origen y condición divinas.  El Hijo de Dios nació de una mujer; en ese sentido es plenamente humano.  La maternidad de María garantiza la humanidad de Jesús.  Pero la concepción virginal nos enseña que el Hijo de María no es solo humano.  Por eso el evangelista nos explica que todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: “la virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.”  Jesús es Dios y hombre, pero una sola persona: el Hijo de Dios.  En él, en Jesús, Dios comparte nuestra historia, está con nosotros y llena la historia humana de divinidad.  En tercer lugar, la concepción virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo es modelo de nuestra propia generación como hijos adoptivos de Dios en la santa Madre Iglesia.  En efecto, nosotros también nos convertimos en hijos de Dios en el bautismo.  Cuando nacemos de nuestras madres biológicas, no somos todavía hijos de Dios; llegamos a ser tales por la fe y el bautismo.  Nuestra Madre espiritual es la Iglesia, pero a través de ella, el Padre Dios, por el don del Espíritu Santo en el bautismo y la confirmación nos hace hijos adoptivos de Dios.  La Iglesia también es madre virgen cuando engendra a la vida eterna a los hijos adoptivos de Dios, a nosotros.  Al decir del evangelista san Juan:  A cuantos recibieron la Palabra que es Dios, por la fe y el bautismo, a todos aquellos que creen en su nombre, les dio capacidad para ser hijos de Dios.  Estos son los que nacen, no por vía de generación humana ni porque el hombre lo desee, sino que nacen de Dios.  Jesucristo en su concepción es el modelo de nuestro nacimiento a la vida cristiana.   

Por lo tanto, la concepción y nacimiento de Jesús de una madre virgen tiene que ver con el misterio de Dios y sus designios soberanos, con la identidad del Hijo de Dios hecho hombre y con nuestra condición de hijos adoptivos de Dios.  Ciertamente la concepción virginal de Jesús desborda nuestro conocimiento de biología, embriología y genética y sería una negación del poder de Dios pretender encasillar ese misterio dentro del estado actual de nuestros conocimientos en esos campos.  Es un misterio tan portentoso como el otro que está al final de la vida mortal de Jesús, su resurrección de entre los muertos. 

Precisamente san Pablo, en la segunda lectura de hoy, une de otro modo el nacimiento de Jesús con su resurrección.  San Pablo declara con orgullo que él ha sido constituido apóstol, para anunciar el Evangelio de Jesucristo.  Pero cuando explica quién es ese Jesús del cual él es pregonero dice así:  Jesucristo, nuestro Señor, nació en cuanto a su condición de hombre, del linaje de David, y en cuanto a su condición de espíritu santificador se manifestó con todo su poder como Hijo de Dios a partir de su resurrección de entre los muertos.  Es verdad, que Pablo no habla aquí de la concepción virginal de Jesús, sino de su linaje davídico, según el cual él es el Mesías.  Y de eso trata el sueño de José. 

Cuando José estaba en sus cavilaciones de abandonar en secreto a María, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo.  Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.  Efectivamente, el nombre “Jesús” significa “el Señor salva”.  Pero la explicación del ángel responde a las inquietudes de José.  Él también tiene un papel que jugar en este misterio y debe recibir a María como esposa.  Debe adoptar al hijo de María y darle su apellido: “hijo de David”.  Así el Hijo de Dios no solo nacerá en un hogar formal, sino que será la persona en la que se cumplan las promesas mesiánicas, de que un hijo de David sería el salvador de la humanidad.  Celebremos pues la grandeza de Dios, admirémonos de sus caminos y acojamos con fe a nuestro Salvador como lo hicieron María y José.   

+ Mons. Mario Alberto Molina Palma